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Re: Достоевский Ф. М. - Преступление и наказание на испанском языке

De pronto volvio a la realidad y se detuvo.

"Dices que la boda no se celebrara, pero ?que haras para impedirla? Y ?con que derecho te opondras? Tu les dedicaras toda tu vida, todo tu porvenir, pero cuando hayas terminado los estudios y estes situado. Ya sabemos lo que eso significa: no son mas que castillos en el aire... Ahora, inmediatamente, ?que haras? Pues es ahora cuando has de hacer algo, ?no comprendes? ?Y que es lo que haces? Las arruinas, pues si te han podido mandar dinero ha sido porque una ha pedido un prestamo sobre su pension y la otra un anticipo en sus honorarios. ?Como las libraras de los Atanasio Ivanovitch y de los Svidrigailof, tu, futuro millonario de imaginacion, Zeus de fantasia que te irrogas el derecho de disponer de su destino? En diez anos, tu madre habra tenido tiempo para perder la vista haciendo labores y llorando, y la salud a fuerza de privaciones. ?Y que me dices de tu hermana? ?Vamos, trata de imaginarte lo que sera tu hermana dentro de diez anos o en el transcurso de estos diez anos! ?Has comprendido?"

Se torturaba haciendose estas preguntas y, al mismo tiempo, experimentaba una especie de placer. No podian sorprenderle, porque no eran nuevas para el: eran viejas cuestiones familiares que ya le habian hecho sufrir cruelmente, tanto, que su corazon estaba hecho jirones. Hacia ya tiempo que habia germinado en su alma esta angustia que le torturaba. Luego habia ido creciendo, amasandose, desarrollandose, y ultimamente parecia haberse abierto como una flor y adoptado la forma de una espantosa, fantastica y brutal interrogacion que le atormentaba sin descanso y le exigia imperiosamente una respuesta.

La carta de su madre habia caido sobre el como un rayo. Era evidente que ya no habia tiempo para lamentaciones ni penas esteriles. No era ocasion de ponerse a razonar sobre su impotencia, sino que debia obrar inmediatamente y con la mayor rapidez posible. Habia que tomar una determinacion, una cualquiera, costara lo que costase. Habia que hacer esto o...

-?Renunciar a la verdadera vida! -exclamo en una especie de delirio-. Aceptar el destino con resignacion, aceptarlo tal como es y para siempre, ahogar todas las aspiraciones, abdicar definitivamente el derecho de obrar, de vivir, de amar...

"?Comprende usted lo que significa no tener adonde ir?" Estas habian sido las palabras pronunciadas por Marmeladof la vispera y de las que Raskolnikof se habia acordado subitamente, porque "todo hombre debe tener un lugar adonde ir".

De pronto se estremecio. Una idea que habia cruzado su mente el dia anterior acababa de acudir nuevamente a su cerebro. Pero no era la vuelta de este pensamiento lo que le habia sacudido. Sabia que la idea tenia que volver, lo presentia, lo esperaba. No obstante, no era exactamente la misma que la de la vispera. La diferencia consistia en que la del dia anterior, identica a la de todo el mes ultimo, no era mas que un sueno, mientras que ahora... ahora se le presentaba bajo una forma nueva, amenazadora, misteriosa. Se daba perfecta cuenta de ello. Sintio como un golpe en la cabeza; una nube se extendio ante sus ojos.

Dirigio una rapida mirada en torno de el como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K..., y el banco se ofrecio a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Acelero el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrio una pequena aventura que absorbio su atencion durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtio que a unos veinte pasos delante de el habia una mujer a la que empezo por no prestar mas atencion que a todas las demas cosas que habia visto hasta aquel momento en su camino. ?Cuantas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que habia recorrido! Incluso se habia acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer habia algo extrano que sorprendia desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atencion de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrio contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresion que le habia dominado empezo a cobrar una fuerza creciente. De subito le acometio el deseo de descubrir lo que hacia tan extrana a aquella mujer.

Desde luego, a juzgar por las apariencias, debia de ser una muchacha, una adolescente. Iba con la cabeza descubierta, sin sombrilla, a pesar del fuerte sol, y sin guantes, y balanceaba grotescamente los brazos al andar. Llevaba un ligero vestido de seda, mal ajustado al cuerpo, abrochado a medias y con un desgarron en lo alto de la falda, en el talle. Un jiron de tela ondulaba a su espalda. Llevaba sobre los hombros una panoleta y avanzaba con paso inseguro y vacilante.

Este encuentro acabo por despertar enteramente la atencion de Raskolnikof. Alcanzo a la muchacha cuando llegaron al banco, donde ella, mas que sentarse, se dejo caer y, echando la cabeza hacia atras, cerro los ojos como si estuviera rendida de fatiga. Al observarla de cerca, advirtio que su estado obedecia a un exceso de alcohol. Esto era tan extrano, que Raskolnikof se pregunto en el primer momento si no se habria equivocado. Estaba viendo una carita casi infantil, de unos dieciseis anos, tal vez quince, una carita orlada de cabellos rubios, bonita, pero algo hinchada y congestionada. La chiquilla parecia estar por completo inconsciente; habia cruzado las piernas, adoptando una actitud desvergonzada, y todo parecia indicar que no se daba cuenta de que estaba en la calle.

Raskolnikof no se sento, pero tampoco queria marcharse. Permanecia de pie ante ella, indeciso.

Aquel bulevar, poco frecuentado siempre, estaba completamente desierto a aquella hora: alrededor de la una de la tarde. Sin embargo, a unos cuantos pasos de alli, en el borde de la calzada, habia un hombre que parecia sentir un vivo deseo de acercarse a la muchacha, por un motivo a otro. Sin duda habia visto tambien a la joven antes de que llegara al banco y la habia seguido, pero Raskolnikof le habia impedido llevar a cabo sus planes. Dirigia al joven miradas furiosas, aunque a hurtadillas, de modo que Raskolnikof no se dio cuenta, y esperaba con impaciencia el momento en que el desharrapado joven le dejara el campo libre.

Todo estaba perfectamente claro. Aquel senor era un hombre de unos treinta anos, bien vestido, grueso y fuerte, de tez roja y boca pequena y encarnada, coronada por un fino bigote.

Al verle, Raskolnikof experimento una violenta colera. De subito le acometio el deseo de insultar a aquel fatuo.

-Diga, Svidrigailof: ?que busca usted aqui? -exclamo cerrando los punos y con una sonrisa mordaz.

-?Que significa esto? -exclamo el interpelado con arrogancia, frunciendo las cejas y mientras su semblante adquiria una expresion de asombro y disgusto.

-?Largo de aqui! Esto es lo que significa.

-?Como te atreves, miserable...?

Levanto su fusta. Raskolnikof se arrojo sobre el con los punos cerrados, sin pensar en que su adversario podia deshacerse sin dificultad de dos hombres como el. Pero en este momento alguien le sujeto fuertemente por la espalda. Un agente de policia se interpuso entre los dos rivales.

-?Calma, senores! No se admiten rinas en los lugares publicos.

Y pregunto a Raskolnikof, al reparar en su destrozado traje:

-?Que le ocurre a usted? ?Como se llama?

Raskolnikof lo examino atentamente. El policia tenia una noble cara de soldado y lucia mostachos y grandes patillas. Su mirada parecia llena de inteligencia.

-Precisamente es usted el hombre que necesito -grito el joven cogiendole del brazo-. Soy Raskolnikof, antiguo estudiante... Digo que lo necesito por usted -anadio dirigiendose al otro- Venga, guardia; quiero que vea una cosa...

Y sin soltar el brazo del policia lo condujo al banco.

-Venga... Mire... Esta completamente embriagada. Hace un momento se paseaba por el bulevar. Sabe Dios lo que sera, pero desde luego, no tiene aspecto de mujer alegre profesional. Yo creo que la han hecho beber y se han aprovechado de su embriaguez para abusar de ella. ?Comprende usted? Despues la han dejado libre en este estado. Observe que sus ropas estan desgarradas y mal puestas. No se ha vestido ella misma, sino que la han vestido. Esto es obra de unas manos inexpertas, de unas manos de hombre; se ve claramente. Y ahora mire para ese lado. Ese senor con el que he estado a punto de llegar a las manos hace un momento es un desconocido para mi: es la primera vez que le veo. El la ha visto como yo, hace unos instantes, en su camino, se ha dado cuenta de que estaba bebida, inconsciente, y ha sentido un vivo deseo de acercarse a ella y, aprovechandose de su estado, llevarsela Dios sabe adonde. Estoy seguro de no equivocarme. No me equivoco, creame. He visto como la acechaba. Yo he desbaratado sus planes, y ahora solo espera que me vaya. Mire: se ha retirado un poco y, para disimular, esta haciendo un cigarrillo. ?Como podriamos librar de el a esta pobre chica y llevarla a su casa? Piense a ver si se le ocurre algo.

El agente comprendio al punto la situacion y se puso a reflexionar. Los propositos del grueso caballero saltaban a la vista; pero habia que conocer los de la muchacha. El agente se inclino sobre ella para examinar su rostro desde mas cerca y experimento una sincera compasion.

-?Que pena! -exclamo, sacudiendo la cabeza-. Es una nina. Le han tendido un lazo, no cabe duda... Oiga, senorita, ?donde vive?

La muchacha levanto sus pesados parpados, miro con una expresion de aturdimiento a los dos hombres a hizo un gesto como para rechazar sus preguntas.

-Oiga, guardia -dijo Raskolnikof, buscando en sus bolsillos, de donde extrajo veinte kopeks-. Aqui tiene dinero. Tome un coche y llevela a su casa. ?Si pudieramos averiguar su direccion...!

-Senorita -volvio a decir el agente, cogiendo el dinero-: voy a parar un coche y la acompanare a su casa. ?Adonde hay que llevarla? ?Donde vive?

-?Dejadme en paz! ?Que pelmas! -exclamo la muchacha, repitiendo el gesto de rechazar a alguien.

-Es lamentable. ?Que verguenza! -se dolio el agente, sacudiendo la cabeza nuevamente con un gesto de reproche, de piedad y de indignacion-. Ahi esta la dificultad -anadio, dirigiendose a Raskolnikof y echandole por segunda vez una rapida mirada de arriba abajo. Sin duda le extranaba que aquel joven andrajoso diera dinero-. ?La ha encontrado usted lejos de aqui? -le pregunto.

-Ya le he dicho que ella iba delante de mi por el bulevar. Se tambaleaba y, apenas ha llegado al banco, se ha dejado caer.

-?Que cosas tan vergonzosas se ven hoy en este mundo, Senor! ?Tan joven, y ya bebida! No cabe duda de que la han enganado. Mire: sus ropas estan llenas de desgarrones. ?Ah, cuanto vicio hay hoy por el mundo! A lo mejor es hija de casa noble venida a menos. Esto es muy corriente en nuestros tiempos. Parece una muchacha de buena familia.

De nuevo se inclino sobre ella. Tal vez el mismo era padre de jovenes bien educadas que habrian podido pasar por senoritas de buena familia y finos modales.

-Lo mas importante -exclamo Raskolnikof, agitado-, lo mas importante es no permitir que caiga en manos de ese malvado. La ultrajaria por segunda vez; sus pretensiones son claras como el agua. ?Mirelo! El muy granuja no se va.

Hablaba en voz alta y senalaba al desconocido con el dedo. Este lo oyo y parecio que iba a dejarse llevar de la colera, pero se contuvo y se limito a dirigirle una mirada desdenosa. Luego se alejo lentamente una docena de pasos y se detuvo de nuevo.

-No permitir que caiga en sus manos -repitio el agente, pensativo-. Desde luego, eso se podria conseguir. Pero tenemos que averiguar su direccion. De lo contrario... Oiga, senorita. Digame...

Se habia inclinado de nuevo sobre ella. De subito, la muchacha abrio los ojos por completo, miro a los dos hombres atentamente y, como si la luz se hiciera repentinamente en su cerebro, se levanto del banco y emprendio a la inversa el camino por donde habia venido.

-?Los muy insolentes! -murmuro-. ?No me los puedo quitar de encima!

Y agito de nuevo los brazos con el gesto del que quiere rechazar algo. Iba con paso rapido y todavia inseguro. El elegante desconocido continuo la persecucion, pero por el otro lado de la calzada y sin perderla de vista.

-No se inquiete -dijo resueltamente el policia, ajustando su paso al de la muchacha-: ese hombre no la molestara. ?Ah, cuanto vicio hay por el mundo! -repitio, y lanzo un suspiro.

En ese momento, Raskolnikof se sintio asaltado por un impulso incomprensible.

-?Oiga! -grito al noble bigotudo.

El policia se volvio.

-?Dejela! ?A usted que? ?Deje que se divierta! -y senalaba al perseguidor-. ?A usted que?

El agente no comprendia. Le miraba con los ojos muy abiertos.

Raskolnikof se echo a reir.

-?Bah! -exclamo el agente mientras sacudia la mano con ademan desdenoso.

Y continuo la persecucion del elegante senor y de la muchacha.

Sin duda habia tomado a Raskolnikof por un loco o por algo peor.

Cuando el joven se vio solo se dijo, indignado:

"Se lleva mis veinte kopeks. Ahora hara que el otro le pague tambien y le dejara la muchacha: asi terminara la cosa. ?Quien me ha mandado meterme a socorrerla? ?Acaso esto es cosa mia? Solo piensan en comerse vivos unos a otros. ?A mi que me importa? Tampoco se como me he atrevido a dar esos veinte kopeks. ?Como si fueran mios...!"

A pesar de estas extranas palabras, tenia el corazon oprimido. Se sento en el banco abandonado. Sus pensamientos eran incoherentes. Por otra parte, pensar, fuera en lo que fuere, era para el un martirio en aquel momento. Hubiera deseado olvidarlo todo, dormirse, despues despertar y empezar una nueva vida.

"?Pobre muchacha! -se dijo mirando el pico del banco donde habia estado sentada-. Cuando vuelva en si, llorara y su madre se enterara de todo. Primero, su madre le pegara, despues la azotara cruelmente, como a un ser vil, y acto seguido, a lo mejor, la echara a la calle. Aunque no la eche, una Daria Frantzevna cualquiera acabara por olfatear la presa, y ya tenemos a la pobre muchacha rodando de un lado a otro... Despues el hospital (asi ocurre siempre a las que tienen madres honestas y se ven obligadas a hacer las cosas discretamente), y despues... despues... otra vez al hospital. Dos o tres anos de esta vida, y ya es un ser acabado; si, a los dieciocho o diecinueve anos, ya es una mujer agotada... ?Cuantas he visto asi! ?Cuantas han llegado a eso! Si, todas empiezan como esta... Pero ?que me importa a mi! Un tanto por ciento al ano ha de terminar asi y desaparecer. Dios sabe donde..., en el infierno, sin duda, para garantizar la tranquilidad de los demas... ?Un tanto por ciento! ?Que expresiones tan finas, tan tranquilizadoras, tan tecnicas, emplea la gente...! Un tanto por ciento; no hay, pues, razon, para inquietarse... Si se dijera de otro modo, la cosa cambiaria..., la preocupacion seria mayor...

"?Y si Dunetchka se viera englobada en este tanto por ciento, si no el ano que corre, el que viene?

"Pero, a todo esto, ?adonde voy?-penso de subito-. ?Que raro! Yo he salido de casa para ir a alguna parte; apenas he terminado de leer, he salido para... ?Ahora me acuerdo: iba a Vasilievski Ostrof, a casa de Rasumikhine! Pero ?para que? ?A santo de que se me ha ocurrido ir a ver a Rasumikhine? ?Que cosa tan extraordinaria!"

Ni el mismo comprendia sus actos. Rasumikhine era uno de sus antiguos companeros de universidad. Hay que advertir que Raskolnikof, cuando estudiaba, vivia aparte de los demas alumnos, aislado, sin ir a casa de ninguno de ellos ni admitir sus visitas. Sus companeros le habian vuelto pronto la espalda. No tomaba parte en las reuniones, en las polemicas ni en las diversiones de sus condiscipulos. Estudiaba con un ahinco, con un ardor que le habia atraido la admiracion de todos, pero ninguno le tenia afecto. Era pobre en extremo, orgulloso, altivo, y vivia encerrado en si mismo como si guardara un secreto. Algunos de sus companeros juzgaban que los consideraba como ninos a los que superaba en cultura y conocimientos y cuyas ideas e intereses eran muy inferiores a los suyos.

Sin embargo, habia hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con el mas comunicativo, mas franco que con los demas. Y es que era imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluia los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabian, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenia una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacia sus calaveradas cuando se presentaba la ocasion, y se le tenia por un hercules. Una noche que recorria las calles en compania de sus camaradas habia derribado de un solo punetazo a un gendarme que media como minimo uno noventa de estatura. Del mismo modo que podia beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad mas estricta. Unas veces cometia locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar.

Rasumikhine tenia otra caracteristica notable: ninguna contrariedad le turbaba; ningun reves le abatia. Podria haber vivido sobre un tejado, soportar el hambre mas atroz y los frios mas crueles. Era extremadamente pobre, tenia que vivir de sus propios recursos y nunca le faltaba un medio a otro de ganarse la vida. Conocia infinidad de lugares donde procurarse dinero..., trabajando, naturalmente.

Se le habia visto pasar todo un invierno sin fuego, y el decia que esto era agradable, ya que se duerme mejor cuando se tiene frio. Habia tenido tambien que dejar la universidad por falta de recursos, pero confiaba en poder reanudar sus estudios muy pronto, y procuraba por todos los medios mejorar su situacion pecuniaria.

Hacia cuatro meses que Raskolnikof no habia ido a casa de Rasumikhine. Y Rasumikhine ni siquiera conocia la direccion de su amigo. Un dia, hacia unos dos meses, se habian encontrado en la calle, pero Raskolnikof se habia desviado e incluso habia pasado a la otra acera. Rasumikhine, aunque habia reconocido perfectamente a su amigo, habia fingido no verle, a fin de no avergonzarle.



V

No hace mucho -penso- me propuse, en efecto, ir a pedir a Rasumikhine que me proporcionara trabajo (lecciones a otra cosa cualquiera); pero ahora ?que puede hacer por mi? Admitamos que me encuentre algunas lecciones e incluso que se reparta conmigo sus ultimos kopeks, si tiene alguno, de modo que yo no pueda comprarme unas botas y adecentar mi traje, pues no voy a presentarme asi a dar lecciones. Pero ?que hare despues con unos cuantos kopeks? ?Es esto acaso lo que yo necesito ahora? ?Es sencillamente ridiculo que vaya a casa de Rasumikhine!"

La cuestion de averiguar por que se dirigia a casa de Rasumikhine le atormentaba mas de lo que se confesaba a si mismo. Buscaba afanosamente un sentido siniestro a aquel acto aparentemente tan anodino.

"?Se puede admitir que me haya figurado que podria arreglarlo todo con la exclusiva ayuda de Rasumikhine, que en el podia hallar la solucion de todos mis graves problemas?", se pregunto sorprendido.

Reflexionaba, se frotaba la frente. Y he aqui que de pronto -cosa inexplicable-, despues de estar torturandose la mente durante largo rato, una idea extraordinaria surgio en su cerebro.

"Ire a casa de Rasumikhine -se dijo entonces con toda calma, como el que ha tomado una resolucion irrevocable-; ire a casa de Rasumikhine, cierto, pero no ahora...; ire a su casa al dia siguiente del hecho, cuando todo haya terminado y todo haya cambiado para mi."

Repentinamente, Raskolnikof volvio en si.

"Despues del hecho -se dijo con un sobresalto-. Pero este hecho ?se llevara a cabo, se realizara verdaderamente?"

Se levanto del banco y echo a andar con paso rapido. Casi corria, con la intencion de volver a su casa. Pero al pensar en su habitacion experimento una impresion desagradable. Era en su habitacion, en aquel miserable tabuco, donde habia madurado la "cosa", hacia ya mas de un mes. Raskolnikof dio media vuelta y continuo su marcha a la ventura.

Un febril temblor nervioso se habia apoderado de el. Se estremecia. Tenia frio a pesar de que el calor era insoportable. Cediendo a una especie de necesidad interior y casi inconsciente, hizo un gran esfuerzo para fijar su atencion en las diversas cosas que veia, con objeto de librarse de sus pensamientos; pero el empeno fue vano: a cada momento volvia a caer en su delirio. Estaba absorto unos instantes, se estremecia, levantaba la cabeza, paseaba la mirada a su alrededor y ya no se acordaba de lo que estaba pensando hacia unos segundos. Ni siquiera reconocia las calles que iba recorriendo. Asi atraveso toda la isla Vasilievski, llego ante el Pequeno Neva, paso el puente y desemboco en las islas menores.

En el primer momento, el verdor y la frescura del paisaje alegraron sus cansados ojos, habituados al polvo de las calles, a la blancura de la cal, a los enormes y aplastantes edificios. Aqui la atmosfera no era irrespirable ni pestilente. No se veia ni una sola taberna... Pero pronto estas nuevas sensaciones perdieron su encanto para el, que otra vez cayo en un malestar enfermizo.

A veces se detenia ante alguno de aquellos chales graciosamente incrustados en la verde vegetacion. Miraba por la verja y veia a lo lejos, en balcones y terrazas, mujeres elegantemente compuestas y ninos que correteaban por el jardin. Lo que mas le interesaba, lo que atraia especialmente sus miradas, eran las flores. De vez en cuando veia pasar elegantes jinetes, amazonas, magnificos carruajes. Los seguia atentamente con la mirada y los olvidaba antes de que hubieran desaparecido.

De pronto se detuvo y conto su dinero. Le quedaban treinta kopeks... "Veinte al agente de policia, tres a Nastasia por la carta. Por lo tanto, ayer deje en casa de los Marmeladof de cuarenta y siete a cincuenta..." Sin duda habia hecho estos calculos por algun motivo, pero lo olvido apenas saco el dinero del bolsillo y no volvio a recordarlo hasta que, al pasar poco despues ante una tienda de comestibles, un tabernucho mas bien, noto que estaba hambriento.

Entro en el figon, se bebio una copa de vodka y dio algunos bocados a un pastel que se llevo para darle fin mientras continuaba su paseo. Hacia mucho tiempo que no habia probado el vodka, y la copita que se acababa de tomar le produjo un efecto fulminante. Las piernas le pesaban y el sueno le rendia. Se propuso volver a casa, pero, al llegar a la isla Petrovski, hubo de detenerse: estaba completamente agotado.

Salio, pues, del camino, se interno en los sotos, se dejo caer en la hierba y se quedo dormido en el acto.

Los suenos de un hombre enfermo suelen tener una nitidez extraordinaria y se asemejan a la realidad hasta confundirse con ella. Los sucesos que se desarrollan son a veces monstruosos, pero el escenario y toda la trama son tan verosimiles y estan llenos de detalles tan imprevistos, tan ingeniosos, tan logrados, que el durmiente no podria imaginar nada semejante estando despierto, aunque fuera un artista de la talla de Pushkin o Turgueniev. Estos suenos no se olvidan con facilidad, sino que dejan una impresion profunda en el desbaratado organismo y el excitado sistema nervioso del enfermo.

Raskolnikof tuvo un sueno horrible. Volvio a verse en el pueblo donde vivio con su familia cuando era nino. Tiene siete anos y pasea con su padre por los alrededores de la pequena poblacion, ya en pleno campo. Esta nublado, el calor es bochornoso, el paisaje es exactamente igual al que el conserva en la memoria. Es mas, su sueno le muestra detalles que ya habia olvidado. El panorama del pueblo se ofrece enteramente a la vista. Ni un solo arbol, ni siquiera un sauce blanco en los contornos. Unicamente a lo lejos, en el horizonte, en los confines del cielo, por decirlo asi, se ve la mancha oscura de un bosque.

A unos cuantos pasos del ultimo jardin de la poblacion hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al nino, e incluso lo atemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reian, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanias de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el nino los veia, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de alli pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento. ?Que negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio.

En medio del cementerio se alzaba una iglesia de piedra, de cupula verde. El nino la visitaba dos veces al ano en compania de su padre y de su madre para oir la misa que se celebraba por el descanso de su abuela, muerta hacia ya mucho tiempo y a la que no habia conocido. La familia llevaba siempre, en un plato envuelto con una servilleta, el pastel de los muertos, sobre el que habia una cruz formada con pasas. Raskolnikof adoraba esta iglesia, sus viejas imagenes desprovistas de adornos, y tambien a su viejo sacerdote de cabeza temblorosa. Cerca de la lapida de su abuela habia una pequena tumba, la de su hermano menor, muerto a los seis meses y del que no podia acordarse porque no lo habia conocido. Si sabia que habia tenido un hermano era porque se lo habian dicho. Y cada vez que iba al cementerio, se santiguaba piadosamente ante la pequena tumba, se inclinaba con respeto y la besaba.

Y ahora he aqui el sueno.

Va con su padre por el camino que conduce al cementerio. Pasan por delante de la taberna. Sin soltar la mano de su padre, dirige una mirada de horror al establecimiento. Ve una multitud de burguesas endomingadas, campesinas con sus maridos, y toda clase de gente del pueblo. Todos estan ebrios; todos cantan. Ante la puerta hay un raro vehiculo, una de esas enormes carretas de las que suelen tirar robustos caballos y que se utilizan para el transporte de barriles de vino y toda clase de mercancias. Raskolnikof se deleitaba contemplando estas hermosas bestias de largas crines y recias patas, que, con paso mesurado y natural y sin fatiga alguna arrastraban verdaderas montanas de carga. Incluso se diria que andaban mas facilmente enganchados a estos enormes vehiculos que libres.

Pero ahora -cosa extrana- la pesada carreta tiene entre sus varas un caballejo de una delgadez lastimosa, uno de esos rocines de aldeano que el ha visto muchas veces arrastrando grandes carretadas de madera o de heno y que los mujiks desloman a golpes, llegando a pegarles incluso en la boca y en los ojos cuando los pobres animales se esfuerzan en vano por sacar al vehiculo de un atolladero. Este espectaculo llenaba de lagrimas sus ojos cuando era nino y lo presenciaba desde la ventana de su casa, de la que su madre se apresuraba a retirarlo.

De pronto se oye gran algazara en la taberna, de donde se ve salir, entre cantos y gritos, un grupo de corpulentos mujiks embriagados, luciendo camisas rojas y azules, con la balalaika en la mano y la casaca colgada descuidadamente en el hombro.

-?Subid, subid todos! -grita un hombre todavia joven, de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria-. Os llevare a todos. ?Subid!

Estas palabras provocan exclamaciones y risas.

-?Creeis que podra con nosotros ese esmirriado rocin?

-?Has perdido la cabeza, Mikolka? ?Enganchar una bestezuela asi a semejante carreta!

-?No os parece, amigos, que ese caballejo tiene lo menos veinte anos?

-?Subid! ?Os llevare a todos! -vuelve a gritar Mikolka.

Y es el primero que sube a la carreta. Coge las riendas y su corpachon se instala en el pescante.

-El caballo bayo -dice a grandes voces- se lo llevo hace poco Mathiev, y esta bestezuela es una verdadera pesadilla para mi. Me gusta pegarle, palabra de honor. No se gana el pienso que se come. ?Hala, subid! lo hare galopar, os aseguro que lo hare galopar.

Empuna el latigo y se dispone, con evidente placer, a fustigar al animalito.

-Ya lo ois: dice que lo hara galopar. ?Animo y arriba! -exclamo una voz burlona entre la multitud.

-?Galopar? Hace lo menos diez meses que este animal no ha galopado.

-Por lo menos, os llevara a buena marcha.

-?No lo compadezcais, amigos! ?Coged cada uno un latigo! ?Eso, buenos latigazos es lo que necesita esta calamidad!

Todos suben a la carreta de Mikolka entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavia queda espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda, con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas.

La muchedumbre que rodea a la carreta rie tambien. Y, verdaderamente, ?como no reirse ante la idea de que tan escualido animal pueda llevar al galope semejante carga? Dos de los jovenes que estan en la carreta se proveen de latigos para ayudar a Mikolka. Se oye el grito de U ?Arre! y el caballo tira con todas sus fuerzas. Pero no solo no consigue galopar, sino que apenas logra avanzar al paso. Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada de latigazos. Las risas redoblan en la carreta y entre la multitud que la ve partir. Mikolka se enfurece y se ensana en la pobre bestia, obstinado en verla galopar.

-?Dejadme subir tambien a mi, hermanos! -grita un joven, seducido por el alegre espectaculo.

-?Sube! ?Subid! -grita Mikolka-. ?Nos llevara a todos! Yo le obligare a fuerza de golpes... ?Latigazos! ?Buenos latigazos!

La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con que pegarle para hacerle mas dano.

-Papa, papaito -exclama Rodia-. ?Por que hacen eso? ?Por que martirizan a ese pobre caballito?

-Vamonos, vamonos -responde el padre-. Estan borrachos... Asi se divierten, los muy imbeciles... Vamonos..., no mires...

E intenta llevarselo. Pero el nino se desprende de su mano y, fuera de si, corre hacia la carreta. El pobre animal esta ya exhausto. Se detiene, jadeante; luego empieza a tirar nuevamente... Esta a punto de caer.

-?Pegadle hasta matarlo! -ruge Mikolka-. ?Eso es lo que hay que hacer! ?Yo os ayudo!

-?Tu no eres cristiano: eres un demonio! -grita un viejo entre la multitud.

Y otra voz anade:

-?Donde se ha visto enganchar a un animalito asi a una carreta como esa?

-?Lo vas a matar! -vocifera un tercero.

-?Id al diablo! El animal es mio y puedo hacer con el lo que me de la gana. ?Subid, subid todos! ?He de hacerlo galopar!

De subito, un coro de carcajadas ahoga la voz de Mikolka. El animal, aunque medio muerto por la lluvia de golpes, ha perdido la paciencia y ha empezado a cocear. Hasta el viejo, sin poder contenerse, participa de la alegria general. En verdad, la cosa no es para menos: ?dar coces un caballo que apenas se sostiene sobre sus patas...!

Dos mozos se destacan de la masa de espectadores, empunan cada uno un latigo y empiezan a golpear al pobre animal, uno por la derecha y otro por la izquierda.

-Pegadle en el hocico, en los ojos, ?dadle fuerte en los ojos! -vocifera Mikolka.

-?Cantemos una cancion, camaradas! -dice una voz en la carreta-. El estribillo teneis que repetirlo todos.

Los mujiks entonan una cancion grosera acompanados por un tamboril. El estribillo se silba. La campesina sigue partiendo avellanas y riendo con sorna.

Rodia se acerca al caballo y se coloca delante de el. Asi puede ver como le pegan en los ojos..., ?en los ojos...! Llora. El corazon se le contrae. Ruedan sus lagrimas. Uno de los verdugos le roza la cara con el latigo. El ni siquiera se da cuenta. Se retuerce las manos, grita, corre hacia el viejo de barba blanca, que sacude la cabeza y parece condenar el espectaculo. Una mujer lo coge de la mano y se lo quiere llevar. Pero el se escapa y vuelve al lado del caballo, que, aunque ha llegado al limite de sus fuerzas, intenta aun cocear.

-?El diablo te lleve! -vocifera Mikolka, ciego de ira.

Arroja el latigo, se inclina y coge del fondo de la carreta un grueso palo. Sosteniendolo con las dos manos por un extremo, lo levanta penosamente sobre el lomo de la victima.

-?Lo vas a matar! -grita uno de los espectadores.

5

Re: Достоевский Ф. М. - Преступление и наказание на испанском языке

-Seguro que lo mata -dice otro.

-?Acaso no es mio? -ruge Mikolka.

Y golpea al animal con todas sus fuerzas. Se oye un ruido seco.

-?Sigue! ?Sigue! ?Que esperas? -gritan varias voces entre la multitud.

Mikolka vuelve a levantar el palo y descarga un segundo golpe en el lomo de la pobre bestia. El animal se contrae; su cuarto trasero se hunde bajo la violencia del golpe; despues da un salto y empieza a tirar con todo el resto de sus fuerzas. Su proposito es huir del martirio, pero por todas partes encuentra los latigos de sus seis verdugos. El palo se levanta de nuevo y cae por tercera vez, luego por cuarta, de un modo regular. Mikolka se enfurece al ver que no ha podido acabar con el caballo de un solo golpe.

-?Es duro de pelar! -exclama uno de los espectadores.

-Ya vereis como cae, amigos: ha llegado su ultima hora -dice otro de los curiosos.

-?Coge un hacha! -sugiere un tercero-. ?Hay que acabar de una vez!

-?No decis mas que tonterias! -brama Mikolka-. ?Dejadme pasar!

Arroja el palo, se inclina, busca de nuevo en el fondo de la carreta y, cuando se pone derecho, se ve en sus manos una barra de hierro.

-?Cuidado! -exclama.

Y, con todas sus fuerzas, asesta un tremendo golpe al desdichado animal. El caballo se tambalea, se abate, intenta tirar con un ultimo esfuerzo, pero la barra de hierro vuelve a caer pesadamente sobre su espinazo. El animal se desploma como si le hubieran cortado las cuatro patas de un solo tajo.

-?Acabemos con el! -ruge Mikolka como un loco, saltando de la carreta.

Varios jovenes, tan borrachos y congestionados como el, se arman de lo primero que encuentran -latigos, palos, estacas- y se arrojan sobre el caballejo agonizante. Mikolka, de pie junto a la victima, no cesa de golpearla con la barra. El animalito alarga el cuello, exhala un profundo resoplido y muere.

-?Ya esta! -dice una voz entre la multitud.

-Se habia empenado en no galopar.

-?Es mio! -exclama Mikolka con la barra en la mano, enrojecidos los ojos y como lamentandose de no tener otra victima a la que golpear.

-Desde luego, tu no crees en Dios -dicen algunos de los que han presenciado la escena.

El pobre nino esta fuera de si. Lanzando un grito, se abre paso entre la gente y se acerca al caballo muerto. Coge el hocico inmovil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos. Luego da un salto y corre hacia Mikolka blandiendo los punos. En este momento lo encuentra su padre, que lo estaba buscando, y se lo lleva.

-Ven, ven -le dice-. Vamonos a casa.

-Papa, ?por que han matado a ese pobre caballito? -gime Rodia. Alteradas por su entrecortada respiracion, sus palabras salen como gritos roncos de su contraida garganta.

-Estan borrachos -responde el padre-. Asi se divierten. Pero vamonos: aqui no tenemos nada que hacer.

Rodia le rodea con sus brazos. Siente una opresion horrible en el pecho. Hace un esfuerzo por recobrar la respiracion, intenta gritar... Se despierta.

Raskolnikof se desperto sudoroso: todo su cuerpo estaba humedo, empapados sus cabellos. Se levanto horrorizado, jadeante...

-?Bendito sea Dios! -exclamo-. No ha sido mas que un sueno.

Se sento al pie de un arbol y respiro profundamente.

"Pero ?que me ocurre? Debo de tener fiebre. Este sueno horrible lo demuestra."

Tenia el cuerpo acartonado; en su alma todo era oscuridad y turbacion. Apoyo los codos en las rodillas y hundio la cabeza entre las manos.

"?Es posible, Senor, es realmente posible que yo coja un hacha y la golpee con ella hasta partirle el craneo? ?Es posible que me deslice sobre la sangre tibia y viscosa, para forzar la cerradura, robar y ocultarme con el hacha, temblando, ensangrentado? ?Es posible, Senor?"

Temblaba como una hoja...

"Pero ?a que pensar en esto? -prosiguio, profundamente sorprendido-. Ya estaba convencido de que no seria capaz de hacerlo. ?Por que, pues, atormentarme asi...? Ayer mismo, cuando hice el... ensayo, comprendi perfectamente que esto era superior a mis fuerzas. ?Que necesidad tengo de volver e interrogarme? Ayer, cuando bajaba aquella escalera, me decia que el proyecto era vil, horrendo, odioso. Solo de pensar en el me sentia aterrado, con el corazon oprimido... No, no tendria valor; no lo tendria aunque supiera que mis calculos son perfectos, que todo el plan forjado este ultimo mes tiene la claridad de la luz y la exactitud de la aritmetica... Nunca, nunca tendria valor... ?Para que, pues, seguir pensando en ello?"

Se levanto, lanzo una mirada de asombro en todas direcciones, como sorprendido de verse alli, y se dirigio al puente. Estaba palido y sus ojos brillaban. Sentia todo el cuerpo dolorido, pero empezaba a respirar mas facilmente. Notaba que se habia librado de la espantosa carga que durante tanto tiempo le habia abrumado. Su alma se habia aligerado y la paz reinaba en ella.

"Senor -imploro-, indicame el camino que debo seguir y renunciare a ese maldito sueno."

Al pasar por el puente contemplo el Neva y la puesta del sol, hermosa y flamigera. Pese a su debilidad, no sentia fatiga alguna. Se diria que el temor que durante el mes ultimo se habia ido formando poco a poco en su corazon se habia reventado de pronto. Se sentia libre, ?libre! Se habia roto el embrujo, la accion del maleficio habia cesado.

Mas adelante, cuando Raskolnikof recordaba este periodo de su vida y todo lo sucedido durante el, minuto por minuto, punto por punto, sentia una mezcla de asombro e inquietud supersticiosa ante un detalle que no tenia nada de extraordinario, pero que habia influido decisivamente en su destino.

He aqui el hecho que fue siempre un enigma para el.

?Por que, aun sintiendose fatigado tan extenuado, que debio regresar a casa por el camino mas corto y mas directo, habia dado un rodeo por la plaza del Mercado Central, donde no tenia nada que hacer? Desde luego, esta vuelta no alargaba demasiado su camino, pero era completamente inutil. Cierto que infinidad de veces habia regresado a su casa sin saber las calles que habia recorrido; pero ?por que aquel encuentro tan importante para el, a la vez que tan casual, que habia tenido en la plaza del Mercado (donde no tenia nada que hacer), se habia producido entonces, a aquella hora, en aquel minuto de su vida y en tales circunstancias que todo ello habia de ejercer la influencia mas grave y decisiva en su destino? Era para creer que el propio destino lo habia preparado todo de antemano.

Eran cerca de las nueve cuando llego a la plaza del Mercado Central. Los vendedores ambulantes, los comerciantes que tenian sus puestos al aire libre, los tenderos, los almacenistas, recogian sus cosas o cerraban sus establecimientos. Unos vaciaban sus cestas, otros sus mesas y todos guardaban sus mercancias y se disponian a volver a sus casas, a la vez que se dispersaban los clientes. Ante los bodegones que ocupaban los sotanos de los sucios y nauseabundos inmuebles de la plaza, y especialmente a las puertas de las tabernas, hormigueaba una multitud de pequenos traficantes y vagabundos.

Cuando salia de casa sin rumbo fijo, Raskolnikof frecuentaba esta plaza y las callejas de los alrededores. Sus andrajos no atraian miradas desdenosas: alli podia presentarse uno vestido de cualquier modo, sin temor a llamar la atencion. En la esquina del callejon K., un matrimonio de comerciantes vendia articulos de merceria expuestos en dos mesas: carretes de hilo, ovillos de algodon, panuelos de indiana... Tambien se estaban preparando para marcharse. Su retraso se debia a que se habian entretenido hablando con una conocida que se habia acercado al puesto. Esta conocida era Elisabeth Ivanovna, o Lisbeth, como la solian llamar, hermana de Alena Ivanovna, viuda de un registrador, la vieja Alena, la usurera cuya casa habia visitado Raskolnikof el dia anterior para empenar su reloj y hacer un "ensayo". Hacia tiempo que tenia noticias de esta Lisbeth, y tambien ella conocia un poco a Raskolnikof.

Era una doncella de treinta y cinco anos, desgarbada, y tan timida y bondadosa que rayaba en la idiotez. Temblaba ante su hermana mayor, que la tenia esclavizada; la hacia trabajar noche y dia, e incluso llegaba a pegarle.

Plantada ante el comerciante y su esposa, con un paquete en la mano, los escuchaba con atencion y parecia mostrarse indecisa. Ellos le hablaban con gran animacion. Cuando Raskolnikof vio a Lisbeth experimento un sentimiento extrano, una especie de profundo asombro, aunque el encuentro no tenia nada de sorprendente.

-Usted y nadie mas que usted, Lisbeth Ivanovna, ha de decidir lo que debe hacer -decia el comerciante en voz alta-. Venga manana a eso de las siete. Ellos vendran tambien.

-?Manana? -dijo Lisbeth lentamente y con aire pensativo, como si no se atreviera a comprometerse.

-?Que miedo le tiene a Alena Ivanovna! -exclamo la esposa del comerciante, que era una mujer de gran desenvoltura y voz chillona-. Cuando la veo ponerse asi, me parece estar mirando a una nina pequena. Al fin y al cabo, esa mujer que la tiene en un puno no es mas que su medio hermana.

-Le aconsejo que no diga nada a su hermana -continuo el marido-. Creame. Venga a casa sin pedirle permiso. La cosa vale la pena. Su hermana tendra que reconocerlo.

-Tal vez venga.

-De seis a siete. Los vendedores enviaran a alguien y usted resolvera.

-Le daremos una taza de te -prometio la vendedora.

-Bien, vendre -repuso Lisbeth, aunque todavia vacilante.

Y empezo a despedirse con su calma caracteristica.

Raskolnikof habia dejado ya tan atras al matrimonio y su amiga, que no pudo oir ni una palabra mas. Habia acortado el paso insensiblemente y habia procurado no perder una sola silaba de la conversacion. A la sorpresa del primer momento habia sucedido gradualmente un horror que le produjo escalofrios. Se habia enterado, de subito y del modo mas inesperado, de que al dia siguiente, exactamente a las siete, Lisbeth, la hermana de la vieja, la unica persona que la acompanaba, habria salido y, por lo tanto, que a las siete del dia siguiente la vieja ?estaria sola en la casa!

Raskolnikof estaba cerca de la suya. Entro en ella como un condenado a muerte. No intento razonar. Ademas, no habria podido.

Sin embargo, sintio subitamente y con todo su ser, que su libre albedrio y su voluntad ya no existian, que todo acababa de decidirse irrevocablemente.

Aunque hubiera esperado durante anos enteros una ocasion favorable, aunque hubiera intentado provocarla, no habria podido hallar una mejor y que ofreciese mas probabilidades de exito que la que tan inesperadamente acababa de venirsele a las manos.

Y aun era menos indudable que el dia anterior no le habria sido facil averiguar, sin hacer preguntas sospechosas y arriesgadas, que al dia siguiente, a una hora determinada, la vieja contra la que planeaba un atentado estaria completamente sola en su casa.



VI

Raskolnikof se entero algun tiempo despues, por pura casualidad, de por que el matrimonio de comerciantes habia invitado a Lisbeth a ir a su casa. El asunto no podia ser mas sencillo e inocente. Una familia extranjera venida a menos queria vender varios vestidos. Como esto no podia hacerse con provecho en el mercado, buscaban una vendedora a domicilio. Lisbeth se dedicaba a este trabajo y tenia una clientela numerosa, pues procedia con la mayor honradez: ponia siempre el precio mas limitado, de modo que con ella no habia lugar a regateos. Hablaba poco y, como ya hemos dicho, era humilde y timida.

Pero, desde hacia algun tiempo, Raskolnikof era un hombre dominado por las supersticiones. Incluso era facil descubrir en el los signos indelebles de esta debilidad. En el asunto que tanto le preocupaba se sentia especialmente inclinado a ver coincidencias sorprendentes, fuerzas extranas y misteriosas. El invierno anterior, un estudiante amigo suyo llamado Pokorev le habia dado, poco antes de regresar a Karkov, la direccion de la vieja Alena Ivanovna, por si tenia que empenar algo. Paso mucho tiempo sin que tuviera necesidad de ir a visitarla, pues con sus lecciones podia ir viviendo mal que bien. Pero, hacia seis semanas, habia acudido a su memoria la direccion de la vieja. Tenia dos cosas para empenar: un viejo reloj de plata de su padre y un anillo con tres piedrecillas rojas que su hermana le habia entregado en el momento de separarse, para que tuviera un recuerdo de ella. Decidio empenar el anillo. Cuando vio a Alena Ivanovna, aunque no sabia nada de ella, sintio una repugnancia invencible.

Despues de recibir dos pequenos billetes, Raskolnikof entro en una taberna que encontro en el camino. Se sento, pidio te y empezo a reflexionar. Acababa de acudir a su mente, aunque en estado embrionario, como el polluelo en el huevo, una idea que le intereso extraordinariamente.

Una mesa casi vecina a la suya estaba ocupada por un estudiante al que no recordaba haber visto nunca y por un joven oficial. Habian estado jugando al billar y se disponian a tomar el te. De improviso, Raskolnikof oyo que el estudiante daba al oficial la direccion de Alena Ivanovna y empezaba a hablarle de ella. Esto le llamo la atencion: hacia solo un momento que la habia dejado, y ya estaba oyendo hablar de la vieja. Sin duda, esto no era sino una simple coincidencia, pero su animo estaba dispuesto a entregarse a una impresion obsesionante y no le falto ayuda para ello. El estudiante empezo a dar a su amigo detalles acerca de Alena Ivanovna.

-Es una mujer unica. En su casa siempre puede uno procurarse dinero. Es rica como un judio y podria prestar cinco mil rublos de una vez. Sin embargo, no desprecia las operaciones de un rublo. Casi todos los estudiantes tenemos tratos con ella. Pero ?que miserable es!

Y empezo a darle detalles de su maldad. Bastaba que uno dejara pasar un dia despues del vencimiento, para que se quedara con el objeto empenado.

-Da por la prenda la cuarta parte de su valor y cobra el cinco y hasta el seis por ciento de interes mensual.

El estudiante, que estaba hablador, dijo tambien que la usurera tenia una hermana, Lisbeth, y que la menuda y horrible vieja la vapuleaba sin ningun miramiento, a pesar de que Lisbeth media aproximadamente un metro ochenta de altura.

-?Una mujer fenomenal! -exclamo el estudiante, echandose a reir.

Desde este momento, el tema de la charla fue Lisbeth. El estudiante hablaba de ella con un placer especial y sin dejar de reir. El oficial, que le escuchaba atentamente, le rogo que le enviara a Lisbeth para comprarle alguna ropa interior que necesitaba.

Raskolnikof no perdio una sola palabra de la conversacion y se entero de ciertas cosas: Lisbeth era medio hermana de Alena (tuvieron madres diferentes) y mucho mas joven que ella, pues tenia treinta y cinco anos. La vieja la hacia trabajar noche y dia. Ademas de que guisaba y lavaba la ropa para su hermana y ella, cosia y fregaba suelos fuera de casa, y todo lo que ganaba se lo entregaba a Alena. No se atrevia a aceptar ningun encargo, ningun trabajo, sin la autorizacion de la vieja. Sin embargo, Alena -Lisbeth lo sabia- habia hecho ya testamento y, segun el, su hermana solo heredaba los muebles. Dinero, ni un centimo: lo legaba todo a un monasterio del distrito de N. para pagar una serie perpetua de oraciones por el descanso de su alma.

Lisbeth procedia de la pequena burguesia del tchin. Era una mujer desgalichada, de talla desmedida, de piernas largas y torcidas y pies enormes, como toda su persona, siempre calzados con zapatos ligeros. Lo que mas asombraba y divertia al estudiante era que Lisbeth estaba continuamente encinta.

-Pero ?no has dicho que no vale nada? -inquirio el oficial.

-Tiene la piel negruzca y parece un soldado disfrazado de mujer, pero no puede decirse que sea fea. Su cara no esta mal, y menos sus ojos. La prueba es que gusta mucho. Es tan dulce, tan humilde, tan resignada... La pobre no sabe decir a nada que no: hace todo lo que le piden... ?Y su sonrisa? ?Ah, su sonrisa es encantadora!

-Ya veo que a ti tambien te gusta -dijo el oficial, echandose a reir.

-Por su extravagancia. En cambio, a esa maldita vieja, la mataria y le robaria sin ningun remordimiento, ?palabra! -exclamo con vehemencia el estudiante.

El oficial lanzo una nueva carcajada, y Raskolnikof se estremecio. ?Que extrano era todo aquello!

-Oye -dijo el estudiante, cada vez mas acalorado-, quiero exponerte una cuestion seria. Naturalmente, he hablado en broma, pero escucha. Por un lado tenemos una mujer imbecil, vieja, enferma, mezquina, perversa, que no es util a nadie, sino que, por el contrario, es toda maldad y ni ella misma sabe por que vive. Manana morira de muerte natural... ?Me sigues? ?Comprendes?

-Si -afirmo el oficial, observando atentamente a su entusiasmado amigo.

-Continuo. Por otro lado tenemos fuerzas frescas, jovenes, que se pierden, faltas de sosten, por todas partes, a miles. Cien, mil obras utiles se podrian mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrian encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrian salvar de la miseria, del vicio, de la corrupcion, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venereas..., todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ?no crees que el crimen, el pequeno crimen, quedaria ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupcion. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestion puramente aritmetica. Ademas, ?que puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estupida y cruel? No mas que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diria que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordio un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca.

-Sin duda -admitio el oficial-, no merece vivir. Pero la Naturaleza tiene sus derechos.

-?Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarian. No tendriamos ni siquiera un solo gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en contra, pero me pregunto que concepto tenemos de ellos. Ahora voy a hacerte otra pregunta.

-No, perdona; ahora me toca a mi; yo tambien tengo algo que preguntarte.

-Te escucho.

-Pues bien, la pregunta es esta. Has hablado con elocuencia, pero dime: ?serias capaz de matar a esa vieja con tus propias manos?

-?Claro que no! Estoy hablando en nombre de la justicia. No se trata de mi.

-Pues yo creo que si tu no te atreves a hacerlo, no puedes hablar de justicia... Ahora vamos a jugar otra partida.

Raskolnikof se sentia profundamente agitado. Ciertamente, aquello no eran mas que palabras, una conversacion de las mas corrientes sostenida por gente joven. Mas de una vez habia oido charlas analogas, con algunas variantes y sobre temas distintos. Pero ?por que habia oido expresar tales pensamientos en el momento mismo en que ideas identicas habian germinado en su cerebro? ?Y por que, cuando acababa de salir de casa de Alena Ivanovna con aquella idea embrionaria en su mente, habia ido a sentarse al lado de unas personas que estaban hablando de la vieja?

Esta coincidencia le parecia siempre extrana. La insignificante conversacion de cafe ejercio una influencia extraordinaria sobre el durante todo el desarrollo del plan. Ciertamente, parecio haber intervenido en todo ello la fuerza del destino.



Al regresar de la plaza se dejo caer en el divan y estuvo inmovil una hora entera. Entre tanto, la oscuridad habia invadido la habitacion. No tenia velas. Por otra parte, ni siquiera penso en encender una luz. Mas adelante, nunca pudo recordar si habia pensado algo en aquellos momentos. Finalmente, sintio de nuevo escalofrios de fiebre y penso con satisfaccion que podia acostarse en el divan sin tener que quitarse la ropa. Pronto se sumio en un sueno pesado como el plomo.

Durmio largamente y casi sin sonar. A las diez de la manana siguiente, Nastasia entro en la habitacion. No conseguia despertarlo. Le llevaba pan y un poco de te en su propia tetera, como el dia anterior.

-?Eh! ?Todavia acostado? -grito, indignada-. ?No haces mas que dormir!

Raskolnikof se levanto con un gran esfuerzo. Le dolia la cabeza. Dio una vuelta por el cuarto y volvio a echarse en el divan.

-?Otra vez a dormir? -exclamo Nastasia-. ?Es que estas enfermo?

Raskolnikof no contesto.

-?Quieres te?

-Mas tarde -repuso el joven penosamente. Luego cerro los ojos y se volvio de cara a la pared.

Nastasia estuvo un momento contemplandolo.

-A lo mejor esta enfermo de verdad -murmuro mientras se marchaba.

A las dos volvio a aparecer con la sopa. El estaba todavia acostado y no habia probado el te. Nastasia se sintio incluso ofendida y empezo a zarandearlo.

-?A que viene tanta modorra? -gruno, mirandole con desprecio.

El se sento en el divan, pero no pronuncio ni una palabra. Permanecio con la mirada fija en el suelo.

-?Bueno! Pero ?estas enfermo o que? -pregunto Nastasia.

Esta segunda pregunta quedo tan sin respuesta como la primera.

-Debes salir -dijo Nastasia tras un silencio-. Te conviene tomar un poco el aire. Comeras, ?verdad?

-Mas tarde -balbuceo debilmente Raskolnikof-. Ahora vete.

Y reforzo estas palabras con un ademan.

Ella permanecio todavia un momento en el cuarto, mirandolo con un gesto de compasion. Luego se fue.

Minutos despues, Raskolnikof abrio los ojos, contemplo largamente la sopa y el te, cogio la cuchara y empezo a comer.

Dio tres o cuatro cucharadas, sin apetito, maquinalmente. Se le habia calmado el dolor de cabeza. Cuando termino de comer se echo de nuevo en el divan. Pero no pudo dormir y se quedo inmovil, de bruces, con la cabeza hundida en la almohada. Sonaba, y su sueno era extrano. Se imaginaba estar en Africa, en Egipto... La caravana con la que iba se habia detenido en un oasis. Los camellos estaban echados, descansando. Las palmeras que los rodeaban balanceaban sus tupidos penachos. Los viajeros se disponian a comer, pero Raskolnikof preferia beber agua de un riachuelo que corria cerca de el con un rumoreo cantarin. El aire era deliciosamente fresco. El agua, fria y de un azul maravilloso, corria sobre un lecho de piedras multicolores y arena blanca con reflejos dorados...

De subito, las campanadas de un reloj resonaron claramente en su oido. Se estremecio, volvio a la realidad, levanto la cabeza y miro hacia la ventana. Entonces recobro por completo la lucidez y se levanto precipitadamente, como si lo arrancaran del divan. Se acerco a la puerta de puntillas, la entreabrio cautelosamente y aguzo el oido, tratando de percibir cualquier ruido que pudiera llegar de la escalera.

Su corazon latia con violencia. En la escalera reinaba la calma mas absoluta; la casa entera parecia dormir... La idea de que habia estado sumido desde el dia anterior en un profundo sueno, sin haber hecho nada, sin haber preparado nada, le sorprendio: su proceder era absurdo, incomprensible. Sin duda, eran las campanadas de las seis las que acababa de ofr... Subitamente, a su embotamiento y a su inercia sucedio una actividad extraordinaria, desatinada y febril. Sin embargo, los preparativos eran faciles y no exigian mucho tiempo. Raskolnikof procuraba pensar en todo, no olvidarse de nada. Su corazon seguia latiendo con tal violencia, que dificultaba su respiracion. Ante todo, habia que preparar un nudo corredizo y coserlo en el forro del gaban. Trabajo de un minuto. Introdujo la mano debajo de la almohada, saco la ropa interior que habia puesto alli y eligio una camisa sucia y hecha jirones. Con varias tiras formo un cordon de unos cinco centimetros de ancho y treinta y cinco de largo. Lo doblo en dos, se quito el gaban de verano, de un tejido de algodon tupido y solido (el unico sobretodo que tenla) y empezo a coser el extremo del cordon debajo del sobaco izquierdo. Sus manos temblaban. Sin embargo, su trabajo resulto tan perfecto, que cuando volvio a ponerse el gaban no se veia por la parte exterior el menor indicio de costura. El hilo y la aguja se los habia procurado hacia tiempo y los guardaba, envueltos en un papel, en el cajon de su mesa. Aquel nudo corredizo, destinado a sostener el hacha, constituia un ingenioso detalle de su plan. No era cosa de ir por la calle con un hacha en la mano. Por otra parte, si se hubiese limitado a esconder el hacha debajo del gaban, sosteniendola por fuera, se habria visto obligado a mantener continuamente la mano en el mismo sitio, lo cual habria llamado la atencion. El nudo corredizo le permitia llevar colgada el hacha y recorrer asi todo el camino, sin riesgo alguno de que se le cayera. Ademas, llevando la mano en el bolsillo del gaban, podria sujetar por un extremo el mango del hacha e impedir su balanceo. Dada la amplitud de la prenda, que era un verdadero saco, no habia peligro de que desde el exterior se viera lo que estaba haciendo aquella mano.

Terminada esta operacion, Raskolnikof introdujo los dedos en una pequena hendidura que habia entre el divan turco y el entarimado y extrajo un menudo objeto que desde hacia tiempo tenia alli escondido. No se trataba de ningun objeto de valor, sino simplemente de un trocito de madera pulida del tamano de una pitillera. Lo habia encontrado casualmente un dia, durante uno de sus paseos, en un patio contiguo a un taller. Despues le anadio una planchita de hierro, delgada y pulida de tamano un poco menor, que tambien, y aquel mismo dia, se habia encontrado en la calle. Junto ambas cosas, las ato firmemente con un hilo y las envolvio en un papel blanco, dando al paquetito el aspecto mas elegante posible y procurando que las ligaduras no se pudieran deshacer sin dificultad. Asi apartaria la atencion de la vieja de su persona por unos instantes, y el podria aprovechar la ocasion. La planchita de hierro no tenia mas mision que aumentar el peso del envoltorio, de modo que la usurera no pudiera sospechar, aunque solo fuera por unos momentos, que la supuesta prenda de empeno era un simple trozo de madera. Raskolnikof lo habia guardado todo debajo del divan, diciendose que ya lo retiraria cuando lo necesitara.

Poco despues oyo voces en el patio.

-?Ya son mas de las seis!

-?Dios mio, como pasa el tiempo!

Corrio a la puerta, escucho, cogio su sombrero y empezo a bajar la escalera cautelosamente, con paso silencioso, felino... Le faltaba la operacion mas importante: robar el hacha de la cocina. Hacia ya tiempo que habia elegido el hacha como instrumento. El tenia una especie de podadera, pero esta herramienta no le inspiraba confianza, y todavia desconfiaba mas de sus fuerzas. Por eso habia escogido definitivamente el hacha.

Respecto a estas resoluciones, hemos de observar un hecho sorprendente: a medida que se afirmaban, le parecian mas absurdas y monstruosas. A pesar de la lucha espantosa que se estaba librando en su alma, Raskolnikof no podia admitir en modo alguno que sus proyectos llegaran a realizarse.

Es mas, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, el, seguramente, habria renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aun infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo mas minimo. ?Si todo fuera tan facil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algun vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibia de su duena. Asi, bastaria entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y despues, una hora mas tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto ultimo tal vez no fuera tan facil. Podia ocurrir que cuando el volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, el tendria que subir a su aposento y esperar una nueva ocasion. Pero ?y si ella, entre tanto, advertia la desaparicion del hacha y la buscaba primero y despues empezaba a dar gritos? He aqui como nacen las sospechas o, cuando menos, como pueden nacer.

Sin embargo, esto no eran sino pequenos detalles en los que no queria pensar. Por otra parte, no tenia tiempo. Solo pensaba en la esencia del asunto: los puntos secundarios los dejaba para el momento en que se dispusiera a obrar. Pero esto ultimo le parecia completamente imposible. No concebia que pudiera dar por terminadas sus reflexiones, levantarse y dirigirse a aquella casa. Incluso en su reciente "ensayo" (es decir, la visita que habia hecho a la vieja para efectuar un reconocimiento definitivo en el lugar de la accion) disto mucho de creer que obraba en serio. Se habia dicho: "Vamos a ver. Hagamos un ensayo, en vez de limitarnos a dejar correr la imaginacion." Pero no habia podido desempenar su papel hasta el ultimo momento: habiase indignado contra si mismo. No obstante, parecia que desde el punto de vista moral se podia dar por resuelto el asunto. Su casuistica, cortante como una navaja de afeitar, habia segado todas las objeciones. Pero cuando ya no pudo encontrarlas dentro de el, en su espiritu, empezo a buscarlas fuera, con la obstinacion propia de su esclavitud mental, deseoso de hallar un garfio que lo retuviera.

Los imprevistos y decisivos acontecimientos del dia anterior lo gobernaban de un modo poco menos que automatico. Era como si alguien le llevara de la mano y le arrastrara con una fuerza irresistible, ciega, sobrehumana; como si un pico de sus ropas hubiera quedado prendido en un engranaje y el sintiera que su propio cuerpo iba a ser atrapado por las ruedas dentadas.

Al principio -de esto hacia ya bastante tiempo-, lo que mas le preocupaba era el motivo de que todos los crimenes se descubrieran facilmente, de que la pista del culpable se hallara sin ninguna dificultad. Raskolnikof llego a diversas y curiosas conclusiones. Segun el, la razon de todo ello estaba en la personalidad del criminal mas que en la imposibilidad material de ocultar el crimen.

En el momento de cometer el crimen, el culpable estaba afectado de una perdida de voluntad y raciocinio, a los que sustituia una especie de inconsciencia infantil, verdaderamente monstruosa, precisamente en el momento en que la prudencia y la cordura le eran mas necesarias. Atribuia este eclipse del juicio y esta perdida de la voluntad a una enfermedad que se desarrollaba lentamente, alcanzaba su maxima intensidad poco antes de la perpetracion del crimen, se mantenia en un estado estacionario durante su ejecucion y hasta algun tiempo despues (el plazo dependia del individuo), y terminaba al fin, como terminan todas las enfermedades.

Raskolnikof se preguntaba si era esta enfermedad la que motivaba el crimen, o si el crimen, por su misma naturaleza, llevaba consigo fenomenos que se confundian con los sintomas patologicos. Pero era incapaz de resolver este problema.

Despues de razonar de este modo, se dijo que el estaba a salvo de semejantes trastornos morbosos y que conservaria toda su inteligencia y toda su voluntad durante la ejecucion del plan, por la sencilla razon de que este plan no era un crimen. No expondremos la serie de reflexiones que le Ilevaron a esta conclusion. Solo diremos que las dificultades puramente materiales, el lado practico del asunto, le preocupaba muy poco.

"Bastaria -se decia- que conserve toda mi fuerza de voluntad y toda mi lucidez en el momento de llevar la empresa a la practica. Entonces es cuando habra que analizar incluso los detalles mas infimos."

Pero este momento no llegaba nunca, por la sencilla razon de que Raskolnikof no se sentia capaz de tomar una resolucion definitiva. Asi, cuando sono la hora de obrar, todo le parecio extraordinario, imprevisto como un producto del azar.

Antes de que terminara de bajar la escalera, ya le habia desconcertado un detalle insignificante. Al llegar al rellano donde se hallaba la cocina de su patrona, cuya puerta estaba abierta como de costumbre, dirigio una mirada furtiva al interior y se pregunto si, aunque Nastasia estuviera ausente, no estaria en la cocina la patrona. Y aunque no estuviera en la cocina, sino en su habitacion, ?tendria la puerta bien cerrada? Si no era asi, podria verle en el momento en que el cogia el hacha.

Tras estas conjeturas, se quedo petrificado al ver que Nastasia estaba en la cocina y, ademas, ocupada. Iba sacando ropa de un cesto y tendiendola en una cuerda. Al aparecer Raskolnikof, la sirvienta se volvio y le siguio con la vista hasta que hubo desaparecido. El paso fingiendo no haberse dado cuenta de nada. No cabia duda: se habia quedado sin hacha. Este contratiempo le abatio profundamente.

"?De donde me habia sacado yo -me preguntaba mientras bajaba los ultimos escalones- que era seguro que Nastasia se abria marchado a esta hora?" Estaba anonadado; incluso experimentaba un sentimiento de humillacion. Su furor le llevaba a mofarse de si mismo. Una colera sorda, salvaje, hervia en el.

Al llegar a la entrada se detuvo indeciso. La idea de irse a pasear sin rumbo no le seducia; la de volver a su habitacion, todavia menos. "?Haber perdido una ocasion tan magnifica!", murmuro, todavia inmovil y vacilante, ante la oscura garita del portero, cuya puerta estaba abierta. De pronto se estremecio. En el interior de la garita, a dos pasos de el, debajo de un banco que habia a la izquierda, brillaba un objeto... Raskolnikof miro en torno de el. Nadie. Se acerco a la puerta andando de puntillas, bajo los dos escalones que habia en el umbral y llamo al portero con voz apagada.

"No esta. Pero no debe de andar muy lejos, puesto que ha dejado la puerta abierta."

Se arrojo sobre el hacha (pues era un hacha el brillante objeto), la saco de debajo del banco, donde estaba entre dos lenos, la colgo inmediatamente en el nudo corredizo, introdujo las manos en los bolsillos del gaban y salio de la garita. Nadie le habia visto.

"No es mi inteligencia la que me ayuda, sino el diablo", se dijo con una sonrisa extrana.

Esta feliz casualidad le enardecio extraordinariamente. Ya en la calle, echo a andar tranquilamente, sin apresurarse, con objeto de no despertar sospechas. Apenas miraba a los transeuntes y, desde luego, no fijaba su vista en ninguno; su deseo era pasar lo mas inadvertido posible.

De subito se acordo de que su sombrero atraia las miradas de la gente.

"?Que estupido he sido! Anteayer tenia dinero: habria podido comprarme una gorra."

Y anadio una imprecacion que le salio de lo mas hondo.

Su mirada se dirigio casualmente al interior de una tienda y vio un reloj que senalaba las siete y diez minutos. No habia tiempo que perder. Sin embargo, tenia que dar un rodeo, pues queria entrar en la casa por la parte posterior.

Cuando ultimamente pensaba en la situacion en que se hallaba en aquel momento, se figuraba que se sentiria aterrado. Pero ahora veia que no era asi: no experimentaba miedo alguno. Por su mente desfilaban pensamientos, breves, fugitivos, que no tenian nada que ver con su empresa. Cuando paso ante los jardines Iusupof, se dijo que en sus plazas se debian construir fuentes monumentales para refrescar la atmosfera, y seguidamente empezo a conjeturar que si el Jardin de Verano se extendiera hasta el Campo de Marte e incluso se uniera al parque Miguel, la ciudad ganaria mucho con ello. Luego se hizo una pregunta sumamente interesante: ?por que los habitantes de las grandes poblaciones tienen la tendencia, incluso cuando no los obliga la necesidad, a vivir en los barrios desprovistos de jardines y fuentes, sucios, llenos de inmundicias y, en consecuencia, de malos olores? Entonces recordo sus propios paseos por la plaza del Mercado y volvio momentaneamente a la realidad.

"?Que cosas tan absurdas se le ocurren a uno! lo mejor es no pensar en nada."

Sin embargo, seguidamente, como en un relampago de lucidez, se dijo:

"Asi les ocurre, sin duda, a los condenados a muerte: cuando los llevan al lugar de la ejecucion, se aferran mentalmente a todo lo que ven en su camino".

Pero rechazo inmediatamente esta idea.

Ya estaba cerca. Ya veia la casa. Alli estaba su gran puerta cochera...

En esto, un reloj dio una campanada.

"?Las siete y media ya? Imposible. Ese reloj va adelantado."

Pero tambien esta vez tuvo suerte. Como si la cosa fuera intencionada, en el momento en que el llego ante la casa penetraba por la gran puerta un carro cargado de heno. Raskolnikof se acerco a su lado derecho y pudo entrar sin que nadie lo viese. Al otro lado del carro habia gente que disputaba: oyo sus voces. Pero ni nadie le vio a el ni el vio a nadie. Algunas de las ventanas que daban al gran patio estaban abiertas, pero el no levanto la vista: no se atrevio... La escalera que conducia a casa de Alena Ivanovna estaba a la derecha de la puerta. Raskolnikof se dirigio a ella y se detuvo, con la mano en el corazon, como si quisiera frenar sus latidos. Aseguro el hacha en el nudo corredizo, aguzo el oido y empezo a subir, paso a paso sigilosamente. No habia nadie. Las puertas estaban cerradas. Pero al llegar al segundo piso, vio una abierta de par en par. Pertenecia a un departamento deshabitado, en el que trabajaban unos pintores. Estos hombres ni siquiera vieron a Raskolnikof. Pero el se detuvo un momento y se dijo: "Aunque hay dos pisos sobre este, habria sido preferible que no estuvieran aqui esos hombres."

Continuo en seguida la ascension y llego al cuarto piso. Alli estaba la puerta de las habitaciones de la prestamista. El departamento de enfrente seguia desalquilado, a juzgar por las apariencias, y el que estaba debajo mismo del de la vieja, en el tercero, tambien debia de estar vacio, ya que de su puerta habia desaparecido la tarjeta que Raskolnikof habia visto en su visita anterior. Sin duda, los inquilinos se habian mudado.

Raskolnikof jadeaba. Estuvo un momento vacilando. "?No sera mejor que me vaya?" Pero ni siquiera se dio respuesta a esta pregunta. Aplico el oido a la puerta y no oyo nada: en el departamento de Alena Ivanovna reinaba un silencio de muerte. Su atencion se desvio entonces hacia la escalera: permanecio un momento inmovil, atento al menor ruido que pudiera llegar desde abajo...

Luego miro en todas direcciones y comprobo que el hacha estaba en su sitio. Seguidamente se pregunto: "?No estare demasiado palido..., demasiado trastornado? ?Es tan desconfiada esa vieja! Tal vez me convendria esperar hasta tranquilizarme un poco." Pero los latidos de su corazon, lejos de normalizarse, eran cada vez mas violentos... Ya no pudo contenerse: tendio lentamente la mano hacia el cordon de la campanilla y tiro. Un momento despues insistio con violencia.

No obtuvo respuesta, pero no volvio a llamar: ademas de no conducir a nada, habria sido una torpeza. No cabia duda de que la vieja estaba en casa; pero era suspicaz y debia de estar sola. Empezaba a conocer sus costumbres...

Aplico de nuevo el oido a la puerta y... ?Seria que sus sentidos se habian agudizado en aquellos momentos (cosa muy poco probable), o el ruido que oyo fue perfectamente perceptible? De lo que no le cupo duda es de que percibio que una mano se apoyaba en el pestillo, mientras el borde de un vestido rozaba la puerta. Era evidente que alguien hacia al otro lado de la puerta lo mismo que el estaba haciendo por la parte exterior. Para no dar la impresion de que queria esconderse, Raskolnikof movio los pies y refunfuno unas palabras. Luego tiro del cordon de la campanilla por tercera vez, sin violencia alguna, discretamente, con objeto de no dejar traslucir la menor impaciencia. Este momento dejaria en el un recuerdo imborrable. Y cuando, mas tarde, acudia a su imaginacion con perfecta nitidez, no comprendia como habia podido desplegar tanta astucia en aquel momento en que su inteligencia parecia extinguirse y su cuerpo paralizarse... Un instante despues oyo que descorrian el cerrojo.



VII



Como en su visita anterior, Raskolnikof vio que la puerta se entreabria y que en la estrecha abertura aparecian dos ojos penetrantes que le miraban con desconfianza desde la sombra.

En este momento, el joven perdio la sangre fria y cometio una imprudencia que estuvo a punto de echarlo todo a perder.

Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un hombre cuyo aspecto no tenia nada de tranquilizador, intentara cerrar la puerta, Raskolnikof lo impidio mediante un fuerte tiron. La usurera quedo paralizada, pero no solto el pestillo aunque poco falto para que cayera de bruces. Despues, viendo que la vieja permanecia obstinadamente en el umbral, para no dejarle el paso libre, el se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada, dio un salto atras e intento decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola palabra y se quedo mirando al joven con los ojos muy abiertos.

-Buenas tardes, Alena Ivanovna -empezo a decir en el tono mas indiferente que le fue posible adoptar. Pero sus esfuerzos fueron inutiles: hablaba con voz entrecortada, le temblaban las manos-. Le traigo..., le traigo... una cosa para empenar... Pero entremos: quiero que la vea a la luz.

Y entro en el piso sin esperar a que la vieja lo invitara. Ella corrio tras el, dando suelta a su lengua.

-?Oiga! ?Quien es usted? ?Que desea?

-Ya me conoce usted, Alena Ivanovna. Soy Raskolnikof... Tenga; aqui tiene aquello de que le hable el otro dia.

Le ofrecia el paquetito. Ella lo miro, como dispuesta a cogerlo, pero inmediatamente cambio de opinion. Levanto los ojos y los fijo en el intruso. Lo observo con mirada penetrante, con un gesto de desconfianza e indignacion. Paso un minuto. Raskolnikof incluso creyo descubrir un chispazo de burla en aquellos ojillos, como si la vieja lo hubiese adivinado todo.

Noto que perdia la calma, que tenia miedo, tanto, que habria huido si aquel mudo examen se hubiese prolongado medio minuto mas.

-?Por que me mira asi, como si no me conociera? -exclamo Raskolnikof de pronto, indignado tambien-. Si le conviene este objeto, lo toma; si no, me dirigire a otra parte. No tengo por que perder el tiempo.

Dijo esto sin poder contenerse, a pesar suyo, pero su actitud resuelta parecio ahuyentar los recelos de Alena Ivanovna.

-?Es que lo has presentado de un modo!

Y, mirando el paquetito, pregunto:

-?Que me traes?

-Una pitillera de plata. Ya le hable de ella la ultima vez que estuve aqui.

Alena Ivanovna tendio la mano.

-Pero, ?que te ocurre? Estas palido, las manos le tiemblan. ?Estas enfermo?

-Tengo fiebre -repuso Raskolnikof con voz anhelante. Y anadio, con un visible esfuerzo-: ?Como no ha de estar uno palido cuando no come?

Las fuerzas volvian a abandonarle, pero su contestacion parecio sincera. La usurera le quito el paquetito de las manos.

-Pero ?que es esto? -volvio a preguntar, sopesandolo y dirigiendo nuevamente a Raskolnikof una larga y penetrante mirada.

-Una pitillera... de plata... Veala.

-Pues no parece que esto sea de plata... ?Si que la has atado bien!

Se acerco a la lampara (todas las ventanas estaban cerradas, a pesar del calor asfixiante) y empezo a luchar por deshacer los nudos, dando la espalda a Raskolnikof y olvidandose de el momentaneamente.

Raskolnikof se desabrocho el gaban y saco el hacha del nudo corredizo, pero la mantuvo debajo del abrigo, empunandola con la mano derecha. En las dos manos sentia una tremenda debilidad y un embotamiento creciente. Temiendo estaba que el hacha se le cayese. De pronto, la cabeza empezo a darle vueltas.

-Pero ?como demonio has atado esto? ?Vaya un enredo! -exclamo la vieja, volviendo un poco la cabeza hacia Raskolnikof.

No habia que perder ni un segundo. Saco el hacha de debajo del abrigo, la levanto con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejo caer sobre la cabeza de la vieja.

Raskolnikof creyo que las fuerzas le habian abandonado para siempre, pero noto que las recuperaba despues de haber dado el hachazo.

La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequena trenza que hacia pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenia fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzo en la parte anterior de la cabeza. La victima lanzo un debil grito y perdio el equilibrio. Lo unico que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenia aun el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre mano a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la victima se desplomo definitivamente. Raskolnikof retrocedio para dejarlo caer. Luego se inclino sobre la cara de la vieja. Ya no vivia. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecian a punto de salirsele de las orbitas. Su frente y todo su rostro estaban rigidos y desfigurados por las convulsiones de la agonia.

Raskolnikof dejo el hacha en el suelo, junto al cadaver, y empezo a registrar, procurando no mancharse de sangre, el bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde el habia visto, en su ultima visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentia vertigos. Mas adelante recordo que en aquellos momentos habia procedido con gran atencion y prudencia, que incluso habia sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse de sangre... Pronto encontro las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que el ya habia visto.

Corrio con las llaves al dormitorio. Era una pieza de medianas dimensiones. A un lado habia una gran vitrina llena de figuras de santos; al otro, un gran lecho, perfectamente limpio y protegido por una cubierta acolchada confeccionada con trozos de seda de tamano y color diferentes. Adosada a otra pared habia una comoda. Al acercarse a ella le ocurrio algo extrano: apenas empezo a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimento una sacudida. La tentacion de dejarlo todo y marcharse le asalto de subito. Pero estas vacilaciones solo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder. Y cuando sonreia, extranado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se apodero de su imaginacion. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en si... Dejo las llaves y la comoda y corrio hacia el cuerpo yaciente. Cogio el hacha, la levanto..., pero no llego a dejarla caer: era indudable que la vieja estaba muerta.

Se inclino sobre el cadaver para examinarlo de cerca y observo que tenia el craneo abierto. Iba a tocarlo con el dedo, pero cambio de opinion: esta prueba era innecesaria.

Sobre el entarimado se habia formado un charco de sangre. En esto, Raskolnikof vio un cordon en el cuello de la vieja y empezo a tirar de el; pero era demasiado resistente y no se rompia. Ademas, estaba resbaladizo, impregnado de sangre... Intento sacarlo por la cabeza de la victima; tampoco lo consiguio: se enganchaba en alguna parte. Perdiendo la paciencia, penso utilizar el hacha: partiria el cordon descargando un hachazo sobre el cadaver. Pero no se decidio a cometer esta atrocidad. Al fin, tras dos minutos de tanteos, logro cortarlo, manchandose las manos de sangre pero sin tocar el cuerpo de la muerta. Un instante despues, el cordon estaba en sus manos.

Como habia supuesto, era una bolsita lo que pendia del cuello de la vieja. Tambien colgaban del cordon una medallita esmaltada y dos cruces, una de madera de cipres y otra de cobre. La bolsita era de piel de camello; rezumaba grasa y estaba repleta de dinero. Raskolnikof se la guardo en el bolsillo sin abrirla. Arrojo las cruces sobre el cuerpo de la vieja y, esta vez cogiendo el hacha, volvio precipitadamente al dormitorio.

Una impaciencia febril le impulsaba. Cogio las llaves y reanudo la tarea. Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron infructuosas, no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos errores que cometia. Veia, por ejemplo, que una llave no se adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De pronto se dijo que aquella gran llave dentada que estaba con las otras pequenas en el llavero no debia de ser de la comoda (se acordaba de que ya lo habia pensado en su visita anterior), sino de algun cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus tesoros.

Se separo, pues, de la comoda y se echo en el suelo para mirar debajo de la cama, pues sabia que era alli donde las viejas solian guardar sus riquezas. En efecto, vio un arca bastante grande -de mas de un metro de longitud-, tapizada de tafilete rojo. La llave dentada se ajustaba perfectamente a la cerradura.

Abierta el arca, aparecio un pano blanco que cubria todo el contenido. Debajo del pano habia una pelliza de piel de liebre con forro rojo. Bajo la piel, un vestido de seda, y debajo de este, un chal. Mas abajo solo habia, al parecer, trozos de tela.

Se limpio la sangre de las manos en el forro rojo.

"Como la sangre es roja, se vera menos sobre el rojo."

De pronto cambio de expresion y se dijo, aterrado:

"?Que insensatez, Senor! ?Acabare volviendome loco?"

Pero cuando empezo a revolver los trozos de tela, de debajo de la piel salio un reloj de oro. Entonces no dejo nada por mirar. Entre los retazos del fondo aparecieron joyas, objetos empenados, sin duda, que no habian sido retirados todavia: pulseras, cadenas, pendientes, alfileres de corbata... Algunas de estas joyas estaban en sus estuches; otras, cuidadosamente envueltas en papel de periodico en doble, y el envoltorio bien atado. No vacilo ni un segundo: introdujo la mano y empezo a llenar los bolsillos de su pantalon y de su gaban sin abrir los paquetes ni los estuches.

Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecia haber oido un rumor de pasos en la habitacion inmediata. Se quedo inmovil, helado de espanto... No, todo estaba en calma; sin duda, su oido le habia enganado. Pero de subito percibio un debil grito, o, mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apago en seguida. De nuevo y durante un minuto reino un silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, espero, respirando apenas. De pronto se levanto empuno el hacha y corrio a la habitacion vecina. En esta habitacion estaba Lisbeth. Tenia en las manos un gran envoltorio y contemplaba atonita el cadaver de su hermana. Estaba palida como una muerta y parecia no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a Raskolnikof, empezo a temblar como una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probo a levantar los brazos y no pudo; abrio la boca, pero de ella no salio sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincon, sin dejar de mirar a Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenia fuerzas para romper. El se arrojo sobre ella con el hacha en la mano. Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en los ninos pequenos cuando ven algo que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que causa su terror.

Era tan candida la pobre Lisbeth y estaba tan aturdida por el panico, que ni siquiera hizo el movimiento instintivo de levantar las manos para proteger su cabeza: se limito a dirigir el brazo izquierdo hacia el asesino, como si quisiera apartarlo. El hacha cayo de pleno sobre el craneo, hendio la parte superior del hueso frontal y casi llego al occipucio. Lisbeth se desplomo. Raskolnikof perdio por completo la cabeza, se apodero del envoltorio, despues lo dejo caer y corrio al vestibulo.

6

Re: Достоевский Ф. М. - Преступление и наказание на испанском языке

Su terror iba en aumento, sobre todo despues de aquel segundo crimen que no habia proyectado, y solo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas mas claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situacion; si hubiese sido capaz de prever los obstaculos que tenia que salvar y los crimenes que aun habria podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habria renunciado a la lucha y se habria entregado, pero no por cobardia, sino por el horror que le inspiraban sus crimenes. Esta sensacion de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habria vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores.

Sin embargo, poco a poco iban acudiendo a su mente otros pensamientos. Incluso llego a caer en una especie de delirio. A veces se olvidaba de las cosas esenciales y fijaba su atencion en los detalles mas superfluos. Sin embargo, como dirigiera una mirada a la cocina y viese que debajo de un banco habia un cubo con agua, se le ocurrio lavarse las manos y limpiar el hacha. Sus manos estaban manchadas de sangre, pegajosas. Introdujo el hacha en el cubo; despues cogio un trozo de jabon que habia en un plato agrietado sobre el alfeizar de la ventana y se lavo.

Seguidamente saco el hacha del cubo, limpio el hierro y estuvo lo menos tres minutos frotando el mango, que habia recibido salpicaduras de sangre. Lo seco todo con un trapo puesto a secar en una cuerda tendida a traves de la cocina, y luego examino detenidamente el hacha junto a la ventana. Las huellas acusadoras habian desaparecido, pero el mango estaba todavia humedo.

Despues de colgar el hacha del nudo corredizo, debajo de su gaban, inspecciono sus pantalones, su americana, sus botas, tan minuciosamente como le permitio la escasa luz que habia en la cocina.

A simple vista, su indumentaria no presentaba ningun indicio sospechoso. Solo las botas estaban manchadas de sangre. Mojo un trapo y las lavo. Pero sabia que no veia bien y que tal vez no percibia manchas perfectamente visibles.

Luego quedo indeciso en medio de la cocina, presa de un pensamiento angustioso: se decia que tal vez se habia vuelto loco, que no se hablaba en disposicion de razonar ni de defenderse, que solo podia ocuparse en cosas que le conducian a la perdicion.

"?Senor! ?Dios mio! Es preciso huir, huir..." Y corrio al vestibulo. Entonces sintio el terror mas profundo que habia sentido en toda su vida. Permanecio un momento inmovil, como si no pudiera dar credito a sus ojos: la puerta del piso, la que daba a la escalera, aquella a la que habia llamado hacia unos momentos, la puerta por la cual habia entrado, estaba entreabierta, y asi habia estado durante toda su estancia en el piso... Si, habia estado abierta. La vieja se habia olvidado de cerrarla, o tal vez no fue olvido, sino precaucion... Lo chocante era que el habia visto a Lisbeth dentro del piso... ?Como no se le ocurrio pensar que si habia entrado sin llamar, la puerta tenia que estar abierta? ?No iba a haber entrado filtrandose por la pared!

Se arrojo sobre la puerta y echo el cerrojo.

"Acabo de hacer otra tonteria. Hay que huir, hay que huir..."

Descorrio el cerrojo, abrio la puerta y aguzo el oido. Asi estuvo un buen rato. Se oian gritos lejanos. Sin duda llegaban del portal. Dos fuertes voces cambiaban injurias.

"?Que hara ahi esa gente?"

Espero. Al fin las voces dejaron de oirse, cesaron de pronto. Los que disputaban debian de haberse marchado.

Ya se disponia a salir, cuando la puerta del piso inferior se abrio estrepitosamente, y alguien empezo a bajar la escalera canturreando.

"Pero ?por que haran tanto ruido?", penso.

Cerro de nuevo la puerta, y de nuevo espero. Al fin todo quedo sumido en un profundo silencio. No se oia ni el rumor mas leve. Pero ya iba a bajar, cuando percibio ruido de pasos. El ruido venia de lejos, del principio de la escalera seguramente. Andando el tiempo, Raskolnikof recordo perfectamente que, apenas oyo estos pasos, tuvo el presentimiento de que terminarian en el cuarto piso, de que aquel hombre se dirigia a casa de la vieja. ?De donde nacio este presentimiento? ?Acaso el ruido de aquellos pasos tenia alguna particularidad significativa? Eran lentos, pesados, regulares...

Los pasos llegaron al primer piso. Siguieron subiendo. Eran cada vez mas perceptibles. Llego un momento en que incluso se oyo un jadeo asmatico... Ya estaba en el tercer piso... "?Viene aqui, viene aqui...!" Raskolnikof quedo petrificado.. Le parecia estar viviendo una de esas pesadillas en que nos vemos perseguidos por enemigos implacables que estan a punto de alcanzarnos y asesinarnos, mientras nosotros nos sentimos como clavados en el suelo, sin poder hacer movimiento alguno para defendernos.

Las pisadas se oian ya en el tramo que terminaba en el cuarto piso. De pronto, Raskolnikof salio de aquel pasmo que le tenia inmovil, volvio al interior del departamento con paso rapido y seguro, cerro la puerta y echo el cerrojo, todo procurando no hacer ruido.

El instinto lo guiaba. Una vez bien cerrada la puerta, se quedo junto a ella, encogido, conteniendo la respiracion.

El desconocido estaba ya en el rellano. Se encontraba frente a Raskolnikof, en el mismo sitio desde donde el joven habia tratado de percibir los ruidos del interior hacia un rato, cuando solo la puerta lo separaba de la vieja.

El visitante respiro varias veces profundamente.

"Debe de ser un hombre alto y grueso", penso Raskolnikof llevando la mano al mango del hacha. Verdaderamente, todo aquello parecia un mal sueno. El desconocido tiro violentamente del cordon de la campanilla.

Cuando vibro el sonido metalico, al visitante le parecio oir que algo se movia dentro del piso, y durante unos segundos escucho atentamente. Volvio a llamar, volvio a escuchar y, de pronto, sin poder contener su impaciencia, empezo a sacudir la puerta, asiendo firmemente el tirador.

Raskolnikof miraba aterrado el cerrojo, que se agitaba dentro de la hembrilla, dando la impresion de que iba a saltar de un momento a otro. Un siniestro horror se apodero de el.

Tan violentas eran las sacudidas, que se comprendian los temores de Raskolnikof. Momentaneamente concibio la idea de sujetar el cerrojo, y con el la puerta, pero desistio al comprender que el otro podia advertirlo. Perdio por completo la serenidad; la cabeza volvia a darle vueltas. "Voy a caer", se dijo. Pero en aquel momento oyo que el desconocido empezaba a hablar, y esto le devolvio la calma.

-?Estaran durmiendo o las habran estrangulado? -murmuro-. ?El diablo las lleve! A las dos: a Alena Ivanovna, la vieja bruja, y a Lisbeth Ivanovna, la belleza idiota... ?Abrid de una vez, mujerucas...! Estan durmiendo, no me cabe duda.

Estaba desesperado. Tiro del cordon lo menos diez veces mas y tan fuerte como pudo. Se veia claramente que era un hombre energico y que conocia la casa.

En este momento se oyeron, ya muy cerca, unos pasos suaves y rapidos. Evidentemente, otra persona se dirigia al piso cuarto. Raskolnikof no oyo al nuevo visitante hasta que estaban llegando al descansillo.

-No es posible que no haya nadie -dijo el recien llegado con voz sonora y alegre, dirigiendose al primer visitante, que seguia haciendo sonar la campanilla-. Buenas tardes, Koch.

"Un hombre joven, a juzgar por su voz", se dijo Raskolnikof inmediatamente.

-No se que demonios ocurre -repuso Koch-. Hace un momento casi echo abajo la puerta... ?Y usted de que me conoce?

-?Que mala memoria! Anteayer le gane tres partidas do billar, una tras otra, en el Gambrinus.

-?Ah, si!

-?Y dice usted que no estan? ?Que raro! Hasta me pared imposible. ?Adonde puede haber ido esa vieja? Tengo que hablar con ella.

-Yo tambien tengo que hablarle, amigo mio.

-?Que le vamos a hacer! -exclamo el joven-. Nos tendremos que ir por donde hemos venido. ?Y yo que creia que saldria de aqui con dinero!

-?Claro que nos tendremos que marchar! Pero ?por que me cito? Ella misma me dijo que viniera a esta hora. ?Con la caminata que me he dado para venir de mi casa aqui! ?Donde diablo estara? No lo comprendo. Esta bruja decrepita no se mueve nunca de casa, porque apenas puede andar. ?Y, de pronto, se le ocurre marcharse a dar un paseo!

-?Y si preguntaramos al portero?

-?Para que?

-Para saber si esta en casa o cuando volvera.

-?Preguntar, preguntar...! ?Pero si no sale nunca!

Volvio a sacudir la puerta.

-?Es inutil! ?No hay mas solucion que marcharse!

-?Oiga! -exclamo de pronto el joven-. ?Fijese bien! La puerta cede un poco cuando se tira.

-Bueno, ?y que?

-Esto demuestra que no esta cerrada con llave, sino con cerrojo. ?Lo oye resonar cuando se mueve la puerta?

-?Y que?

-Pero ?no comprende? Esto prueba que una de ellas esta en la casa. Si hubieran salido las dos, habrian cerrado con llave por fuera; de ningun modo habrian podido echar el cerrojo por dentro... ?Lo oye, lo oye? Hay que estar en casa para poder echar el cerrojo, ?no comprende? En fin, que estan y no quieren abrir.

-?Si! ?Claro! ?No cabe duda! -exclamo Koch, asombrado-. Pero ?que demonio estaran haciendo?

Y empezo a sacudir la puerta furiosamente.

-?Dejelo! Es inutil -dijo el joven-. Hay algo raro en todo esto. Ha llamado usted muchas veces, ha sacudido violentamente la puerta, y no abren. Esto puede significar que las dos estan desvanecidas o...

-?O que?

-Lo mejor es que vayamos a avisar al portero para que vea lo que ocurre.

-Buena idea.

Los dos se dispusieron a bajar.

-No -dijo el joven-; usted quedese aqui. Ire yo a buscar al portero.

-?Por que he de quedarme?

-Nunca se sabe lo que puede ocurrir.

-Bien, me quedare.

-Oigame: estoy estudiando para juez de instruccion. Aqui hay algo que no esta claro; esto es evidente..., ?evidente!

Despues de decir esto en un tono lleno de vehemencia, el joven empezo a bajar la escalera a grandes zancadas.

Cuando se quedo solo, Koch llamo una vez mas, discretamente, y luego, pensativo, empezo a sacudir la puerta para convencerse de que el cerrojo estaba echado. Seguidamente se inclino, jadeante, y aplico el ojo a la cerradura. Pero no pudo ver nada, porque la llave estaba puesta por dentro.

En pie ante la puerta, Raskolnikof asia fuertemente el mango del hacha. Era presa de una especie de delirio. Estaba dispuesto a luchar con aquellos hombres si conseguian entrar en el departamento. Al oir sus golpes y sus comentarios, mas de una vez habia estado a punto de poner termino a la situacion hablandoles a traves de la puerta. A veces le dominaba la tentacion de insultarlos, de burlarse de ellos, e incluso deseaba que entrasen en el piso. "?Que acaben de una vez! p, pensaba.

-Pero ?donde se habra metido ese hombre? -murmuro el de fuera.

Habian pasado ya varios minutos y nadie subia. Koch empezaba a perder la calma.

-Pero ?donde se habra metido ese hombre? -gruno.

Al fin, agotada su paciencia, se fue escaleras abajo con su paso lento, pesado, ruidoso.

"?Que hacer, Dios mio

Raskolnikof descorrio el cerrojo y entreabrio la puerta. No se percibia el menor ruido. Sin mas vacilaciones, salio, cerro la puerta lo mejor que pudo y empezo a bajar. Inmediatamente -solo habia bajado tres escalones- oyo gran alboroto mas abajo. ?Que hacer? No habia ningun sitio donde esconderse... Volvio a subir a toda prisa.

-?Eh, tu! ?Espera!

El que proferia estos gritos acababa de salir de uno de los pisos inferiores y corria escaleras abajo, no ya al galope, sino en tromba.

-?Mitri, Mitri, Miiitri! -vociferaba hasta desganitarse-. ?Te has vuelto loco? ?Asi vayas a parar al infierno!

Los gritos se apagaron; los ultimos habian llegado ya de la entrada. Todo volvio a quedar en silencio. Pero, transcurridos apenas unos segundos, varios hombres que conversaban a grandes voces empezaron a subir tumultuosamente la escalera. Eran tres o cuatro. Raskolnikof reconocio la sonora voz del joven de antes.

Comprendiendo que no los podia eludir, se fue resueltamente a su encuentro.

"?Sea lo que Dios quiera! Si me paran, estoy perdido, y si S me dejan pasar, tambien, pues luego se acordaran de mi."

El encuentro parecia inevitable. Ya solo les separaba un piso. Pero, de pronto..., ?la salvacion! Unos escalones mas abajo, a su derecha, vio un piso abierto y vacio. Era el departamento del segundo, donde trabajaban los pintores. Como si lo hubiesen hecho adrede, acababan de salir. Seguramente fueron ellos los que bajaron la escalera corriendo y alborotando. Los techos estaban recien pintados. En medio de una de las habitaciones habia todavia una cubeta, un bote de pintura y un pincel. Raskolnikof se introdujo en el piso furtivamente y se escondio en un rincon. Tuvo el tiempo justo. Los hombres estaban ya en el descansillo. No se detuvieron: siguieron subiendo hacia el cuarto sin dejar de hablar a voces. Raskolnikof espero un momento. Despues salio de puntillas y se lanzo velozmente escaleras abajo.

Nadie en la. escalera; nadie en el portal. Salio rapidamente y doblo hacia la izquierda.

Sabia perfectamente que aquellos hombres estarian ya en el departamento de la vieja, que les habria sorprendido encontrar abierta la puerta que hacia unos momentos estaba cerrada; que estarian examinando los cadaveres; que en seguida habrian deducido que el criminal se hallaba en el piso cuando ellos llamaron, y que acababa de huir. Y tal vez incluso sospechaban que se habia ocultado en el departamento vacio cuando ellos subian.

Sin embargo, Raskolnikof no se atrevia a apresurar el paso; no se atrevia aunque tendria que recorrer aun un centenar de metros para llegar a la primera esquina.

"Si entrara en un portal -se decia- y me escondiese en la escalera... No, seria una equivocacion... ?Debo tirar el hacha? ?Y si tomara un coche? ?Tampoco, tampoco...!"

Las ideas se le embrollaban en el cerebro. Al fin vio una callejuela y penetro en ella mas muerto que vivo. Era evidente que estaba casi salvado. Alli corria menos riesgo de infundir sospechas. Ademas, la estrecha calle estaba llena de transeuntes, entre los que el era como un grano de arena,

Pero la tension de animo le habia debilitado de tal modo que apenas podia andar. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su semblante; su cuello estaba empapado.

-?Vaya merluza, amigo! -le grito una voz cuando desembocaba en el canal.

Habia perdido por completo la cabeza; cuanto mas andaba, mas turbado se sentia.

Al llegar al malecon y verlo casi vacio, el miedo de llamar la atencion le sobrecogio, y volvio a la callejuela. Aunque estaba a punto de caer desfallecido, dio un rodeo para llegar a su casa.

Cuando cruzo la puerta, aun no habia recobrado la presencia de animo. Ya en la escalera, se acordo del hacha. Aun tenia que hacer algo importantisimo: dejar el hacha en su sitio sin llamar la atencion.

Raskolnikof no estaba en situacion de comprender que, en vez de dejar el hacha en el lugar de donde la habia cogido, era preferible deshacerse de ella, arrojandola, por ejemplo, al patio de cualquier casa.

Sin embargo, todo salio a pedir de boca. La puerta de la garita estaba cerrada, pero no con llave. Esto parecia indicar que el portero estaba alli. Sin embargo, Raskolnikof habia perdido hasta tal punto la facultad de razonar, que se fue hacia la garita y abrio la puerta.

Si en aquel momento hubiese aparecido el portero y le hubiera preguntado: "?Que desea?", el, seguramente, le habria devuelto el hacha con el gesto mas natural.

Pero la garita estaba vacia como la vez anterior, y Raskolnikof pudo dejar el hacha debajo del banco, entre los lenos, exactamente como la encontro.

Inmediatamente subio a su habitacion, sin encontrar a nadie en la escalera. La puerta del departamento de la patrona estaba cerrada.

Ya en su aposento, se echo vestido en el divan y quedo sumido en una especie de inconsciencia que no era la del sueno. Si alguien hubiese entrado entonces en el aposento, Raskolnikof, sin duda, se habria sobresaltado y habria proferido un grito. Su cabeza era un hervidero de retazos de ideas, pero el no podia captar ninguno, por mucho que se empenaba en ello.





SEGUNDA PARTE

I

Raskolnikof permanecio largo tiempo acostado. A veces, salia a medias de su letargo y se percataba de que la noche estaba muy avanzada, pero no pensaba en levantarse. Cuando el dia apunto, el seguia tendido de bruces en el divan, sin haber logrado sacudir aquel sopor que se habia aduenado de todo su ser.

De la calle llegaron a su oido gritos estridentes y aullidos ensordecedores. Estaba acostumbrado a oirlos bajo su ventana todas las noches a eso de las dos. Esta vez el escandalo lo desperto. "Ya salen los borrachos de las tabernas -se dijo- Deben de ser mas de las dos."

Y dio tal salto, que parecia que le habian arrancado del divan.

"?Ya las dos? ?Es posible?"

Se sento y, de pronto, acudio a su memoria todo lo ocurrido.

En los primeros momentos creyo volverse loco. Sentia un frio glacial, pero esta sensacion procedia de la fiebre que se habia apoderado de el durante el sueno. Su temblor era tan intenso, que en la habitacion resonaba el castaneteo de sus dientes. Un vertigo horrible le invadio. Abrio la puerta y estuvo un momento escuchando. Todo dormia en la casa. Paseo una mirada de asombro sobre si mismo y por todo cuanto le rodeaba. Habia algo que no comprendia. ?Como era posible que se le hubiera olvidado pasar el pestillo de la puerta? Ademas, se habia acostado vestido e incluso con el sombrero, que se le habia caido y estaba alli, en el suelo, al lado de su almohada.

"Si alguien entrara, creeria que estoy borracho, pero..."

Corrio a la ventana. Habia bastante claridad. Se inspecciono cuidadosamente de pies a cabeza. Miro y remiro sus ropas. ?Ninguna huella? No, asi no podia verse. Se desnudo, aunque seguia temblando por efecto de la fiebre, y volvio a examinar sus ropas con gran atencion. Pieza por pieza, las miraba por el derecho y por el reves, temeroso de que le hubiera pasado algo por alto. Todas las prendas, hasta la mas insignificante, las examino tres veces.

Lo unico que vio fue unas gotas de sangre coagulada en los desflecados bordes de los bajos del pantalon. Con un cortaplumas corto estos flecos.

Se dijo que ya no tenia nada mas que hacer. Pero de pronto se acordo de que la bolsita y todos los objetos que la tarde anterior habia cogido del arca de la vieja estaban todavia en sus bolsillos. Aun no habia pensado en sacarlos para esconderlos; no se le habia ocurrido ni siquiera cuando habia examinado las ropas.

En fin, manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos vacio los bolsillos sobre la mesa y luego los volvio del reves para convencerse de que no habia quedado nada en ellos. Acto seguido se lo llevo todo a un rincon del cuarto, donde el papel estaba roto y despegado a trechos de la pared. En una de las bolsas que el papel formaba introdujo el monton de menudos paquetes. "Todo arreglado" , se dijo alegremente. Y se quedo mirando con gesto estupido la grieta del papel, que se habia abierto todavia mas.

De subito se estremecio de pies a cabeza.

-?Senor! ?Dios mio! -murmuro, desesperado-. ?Que he hecho? ?Que me ocurre? ?Es eso un escondite? ?Es asi como se ocultan las cosas?

Sin embargo, hay que tener en cuenta que Raskolnikof no habia pensado para nada en aquellas joyas. Creia que solo se apoderaria de dinero, y esto explica que no tuviera preparado ningun escondrijo. "?Pero por que me he alegrado?-se pregunto-. ?No es un disparate esconder asi las cosas? No cabe duda de que estoy perdiendo la razon."

Sintiendose en el limite de sus fuerzas, se sento en el divan. Otra vez recorrieron su cuerpo los escalofrios de la fiebre. Maquinalmente se apodero de su destrozado abrigo de estudiante, que tenia al alcance de la mano, en una silla, y se cubrio con el. Pronto cayo en un sueno que tenia algo de delirio.

Perdio por completo la nocion de las cosas; pero al cabo de cinco minutos se desperto, se levanto de un salto y se arrojo con un gesto de angustia sobre sus ropas.

"?Como puedo haberme dormido sin haber hecho nada? El nudo corredizo esta todavia en el sitio en que lo cosi. ?Haber olvidado un detalle tan importante, una prueba tan evidente!" Arranco el cordon, lo deshizo e introdujo las tiras de tela debajo de su almohada, entre su ropa interior.

"Me parece que esos trozos de tela no pueden infundir sospechas a nadie. Por lo menos, asi lo creo", se dijo de pie en medio de la habitacion.

Despues, con una atencion tan tensa que resultaba dolorosa, empezo a mirar en todas direcciones para asegurarse de que no se le habia olvidado nada. Ya se sentia torturado por la conviccion de que todo le abandonaba, desde la memoria a la mas simple facultad de razonar.

"?Es esto el comienzo del suplicio? Si, lo es."

Los flecos que habia cortado de los bajos del pantalon estaban todavia en el suelo, en medio del cuarto, expuestos a las miradas del primero que llegase.

-Pero ?que me pasa? -exclamo, confundido.

En este momento le asalto una idea extrana: penso que acaso sus ropas estaban llenas de manchas de sangre y que el no podia verlas debido a la merma de sus facultades. De pronto se acordo de que la bolsita estaba manchada tambien. "Hasta en mi bolsillo debe de haber sangre, ya que estaba humeda cuando me la guarde." Inmediatamente volvio del reves el bolsillo y vio que, en efecto, habia algunas manchas en el forro. Un suspiro de alivio salio de lo mas hondo de su pecho y penso, triunfante: "La razon no me ha abandonado completamente: no he perdido la memoria ni la facultad de reflexionar, puesto que he caido en este detalle. Ha sido solo un momento de debilidad mental producido por la fiebre." Y arranco todo el forro del bolsillo izquierdo del pantalon.

En este momento, un rayo de sol ilumino su bota izquierda, y Raskolnikof descubrio, a traves de un agujero del calzado, una mancha acusadora en el calcetin. Se quito la bota y comprobo que, en efecto, era una mancha de sangre: toda la puntera del calcetin estaba manchada... "Pero ?que hacer? ?Donde tirar los calcetines, los flecos, el bolsillo...?"

En pie en medio de la habitacion, con aquellas piezas acusadoras en las manos, se preguntaba:

"?Debo de echarlo todo en la estufa? No hay que olvidar que las investigaciones empiezan siempre por las estufas. ?Y si lo quemara aqui mismo...? Pero ?como, si no tengo cerillas? lo mejor es que me lo lleve y lo tire en cualquier parte. Si, en cualquier parte y ahora mismo." Y mientras hacia mentalmente esta afirmacion, se sento de nuevo en el divan. Luego, en vez de poner en practica sus propositos, dejo caer la cabeza en la almohada. Volvia a sentir escalofrios. Estaba helado. De nuevo se echo encima su abrigo de estudiante.

Varias horas estuvo tendido en el divan. De vez en cuando pensaba: "Si, hay que ir a tirar todo esto en cualquier parte, para no pensar mas en ello. Hay que ir inmediatamente." Y mas de una vez se agito en el divan con el proposito de levantarse, pero no le fue posible. Al fin un golpe violento dado en la puerta le saco de su marasmo.

-?Abre si no te has muerto! -grito Nastasia sin dejar de golpear la puerta con el puno-. Siempre esta tumbado. Se pasa el dia durmiendo como un perro. ?Como lo que es! ?Abre ya! ?Son mas de las diez!

-Tal vez no este -dijo una voz de hombre.

"La voz del portero -se dijo al punto Raskolnikof-. ?Que querra de mi?"

Se levanto de un salto y quedo sentado en el divan. El corazon le latia tan violentamente, que le hacia dano.

-Y echado el pestillo -observo Nastasia-. Por lo visto, tiene miedo de que se lo lleven... ?Quieres levantarte y abrir de una vez?

"?Que querran? ?Que hace aqui el portero? ?Se ha descubierto todo, no cabe duda! ?Debo abrir o hacerme el sordo? ?Asi cojan la peste!"

Se levanto a medias, tendio el brazo y tiro del pestillo. La habitacion era tan estrecha, que podia abrir la puerta sin dejar el divan.

No se habia equivocado: eran Nastasia y el portero.

La sirvienta le dirigio una mirada extrana. Raskolnikof miraba al portero con desesperada osadia. Este presentaba al joven un papel gris, doblado y burdamente lacrado.

-Esto han traido de la comisaria.

-?De que comisaria?

-De la comisaria de policia. ?De que comisaria ha de ser?

-Pero ?que quiere de mi la policia?

-?Yo que se? Es una citacion y tiene que ir.

Miro fijamente a Raskolnikof, paso una mirada por el aposento y se dispuso a marcharse.

-Tienes cara de enfermo -dijo Nastasia, que no quitaba ojo a Raskolnikof. Al oir estas palabras, el portero volvio la cabeza, y la sirvienta le dijo-: Tiene fiebre desde ayer.

Raskolnikof no contesto. Tenia aun el pliego en la mano, sin abrirlo.

-Quedate acostado -dijo Nastasia, compadecida, al ver que Raskolnikof se disponia a levantarse-. Si estas enfermo, no vayas. No hay prisa.

Tras una pausa, pregunto:

-?Que tienes en la mano?

Raskolnikof siguio la mirada de la sirvienta y vio en su mano derecha los flecos del pantalon, los calcetines y el bolsillo. Habia dormido asi. Mas tarde recordo que en las vagas vigilias que interrumpian su sueno febril apretaba todo aquello fuertemente con la mano y que volvia a dormirse sin abrirla.

-?Recoges unos pingajos y duermes con ellos como si fueran un tesoro!

Se echo a reir con su risa histerica. Raskolnikof se apresuro a esconder debajo del gaban el triple cuerpo del delito y fijo en la domestica una mirada retadora.

Aunque en aquellos momentos fuera incapaz de discurrir con lucidez, se dio cuenta de que estaba recibiendo un trato muy distinto al que se da a una persona a la que van a detener.

Pero... ?por que le citaba la policia?

-Debes tomar un poco de te. Voy a traertelo. ?Quieres? Ha sobrado.

-No, no quiero te -balbuceo-. Voy a ver que quiere la policia. Ahora mismo voy a presentarme.

-?Pero si no podras ni bajar la escalera!

-He dicho que voy.

-Alla tu.

Salio detras del portero. Inmediatamente, Raskolnikof se acerco a la ventana y examino a la luz del dia los calcetines y los flecos.

"Las manchas estan, pero apenas se ven: el barro y el roce de la bota las ha esfumado. El que no lo sepa, no las vera. Por lo tanto y afortunadamente, Nastasia no las ha podido ver: estaba demasiado lejos."

Entonces abrio el pliego con mano temblorosa. Hubo de leerlo y releerlo varias veces para comprender lo que decia. Era una citacion redactada en la forma corriente, en la que se le indicaba que debia presentarse aquel mismo dia, a las nueve y media, en la comisaria del distrito.

"?Que cosa mas rara! -se dijo mientras se apoderaba de el una dolorosa ansiedad-. No tengo nada que ver con la policia, y me cita precisamente hoy. ?Senor, que termine esto cuanto antes!"

Iba a arrodillarse para rezar, pero, en vez de hacerlo, se echo a reir. No se reia de los rezos, sino de si mismo. Empezo a vestirse rapidamente.

"Si he de morir, ?que le vamos a hacer?"

Y se dijo inmediatamente:

"He de ponerme los calcetines. El polvo de las calles cubrira las manchas."

Apenas se hubo puesto el calcetin ensangrentado, se lo quito con un gesto de horror e inquietud. Pero en seguida recordo que no tenia otros, y se lo volvio a poner, echandose de nuevo a reir.

"?Bah! esto no son mas que prejuicios. Todo es relativo en este mundo: los habitos, las apariencias..., todo, en fin."

Sin embargo, temblaba de pies a cabeza.

"Ya esta; ya lo tengo puesto y bien puesto."

Pronto paso de la hilaridad a la desesperacion.

"?Esto es superior a mis fuerzas!"

Las piernas le temblaban.

-?De miedo? -barboto.

Todo le daba vueltas; le dolia la cabeza a consecuencia de la fiebre.

"?Esto es una celada! Quieren atraerme, cogerme desprevenido -penso mientras se dirigia a la escalera-. Lo peor es que estoy aturdido, que puedo decir lo que no debo."

Ya en la escalera, recordo que las joyas robadas estaban aun donde las habia puesto, detras del papel despegado y roto de la pared de la habitacion.

"Tal vez hagan un registro aprovechando mi ausencia."

Se detuvo un momento, pero era tal la desesperacion que le dominaba, era su desesperacion. Tan cinica, tan profunda, que hizo un gesto de impotencia y continuo su camino.

"?Con tal que todo termine rapidamente...!"

El calor era tan insoportable como en los dias anteriores. Hacia tiempo que no habia caido ni una gota de agua. Siempre aquel polvo aquellos montones de cal y de ladrillos que obstruian las calles. Y el hedor de las tiendas llenas de suciedad, y de las tabernas, y aquel hervidero de borrachos, buhoneros, coches de alquiler...

El fuerte sol le cego y le produjo vertigos. Los ojos le dolian hasta el extremo de que no podia abrirlos. (Asi les ocurre en los dias de sol a todos los que tienen fiebre.)

Al llegar a la esquina de la calle que habia tomado el dia anterior dirigio una mirada furtiva y angustiosa a la casa... y volvio enseguida los ojos.

"Si me interrogan, tal vez confiese", pensaba mientras se iba acercando a la comisaria.

La comisaria se habia trasladado al cuarto piso de una casa nueva situada a unos trescientos metros de su alojamiento. Raskolnikof habia ido una vez al antiguo local de la policia, pero de esto hacia mucho tiempo.

Al cruzar la puerta vio a la derecha una escalera, por la que bajaba un mujik con un cuaderno en la mano.

"Debe de ser un ordenanza. Por lo tanto, esa escalera conduce a la comisaria."

- Y, aunque no estaba seguro de ello, empezo a subir. No queria preguntar a nadie.

"Entrare, me pondre de rodillas y lo confesare todo", pensaba mientras se iba acercando al cuarto piso.

La escalera, pina y dura, rezumaba suciedad. Las cocinas de los cuatro pisos daban a ella y sus puertas estaban todo el dia abiertas de par en par. El calor era asfixiante. Se veian subir y bajar ordenanzas con sus carpetas debajo del brazo, agentes y toda suerte de individuos de ambos sexos que tenian algun asunto en la comisaria. La puerta de las oficinas estaba abierta. Raskolnikof entro y se detuvo en la antesala, donde habia varios mujiks. El calor era alli tan insoportable como en la escalera. Ademas, el local estaba recien pintado y se desprendia de el un olor que daba nauseas.

Despues de haber esperado un momento, el joven paso a la pieza contigua. Todas las habitaciones eran reducidas y bajas de techo. La impaciencia le impedia seguir esperando y le impulsaba a avanzar. Nadie le prestaba la menor atencion. En la segunda dependencia trabajaban varios escribientes que no iban mucho mejor vestidos que el. Todos tenian un aspecto extrano. Raskolnikof se dirigio a uno de ellos.

-?Que quieres?

El joven le mostro la citacion.

-?Es usted estudiante? -pregunto otro, tras haber echado una ojeada al papel.

-Si, estudiaba.

El escribiente lo observo sin ningun interes. Era un hombre de cabellos enmaranados y mirada vaga. Parecia dominado por una idea fija.

"Por este hombre no me enterare de nada. Todo le es indiferente", penso Raskolnikof.

-Vaya usted al secretario -dijo el escribiente, senalando con el dedo la habitacion del fondo.

Raskolnikof se dirigio a ella. Esta pieza, la cuarta, era sumamente reducida y estaba llena de gente. Las personas que habia en ella iban un poco mejor vestidas que las que el joven acababa de ver. Entre ellas habia dos mujeres. Una iba de luto y vestia pobremente. Estaba sentada ante el secretario y escribia lo que el le dictaba. La otra era de formas opulentas y cara colorada. Vestia ricamente y llevaba en el pecho un broche de gran tamano. Estaba aparte y parecia esperar algo. Raskolnikof presento el papel al secretario. Este le dirigio una ojeada y dijo:

-?Espere!

Despues siguio dictando a la dama enlutada.

El joven respiro. "No me han llamado por lo que yo creia", se dijo. Y fue recobrandose poco a poco.

Luego penso: "La menor torpeza, la menor imprudencia puede perderme... Es lastima que no circule mas aire aqui. Uno se ahoga. La cabeza me da mas vueltas que nunca y soy incapaz de discurrir."

Sentia un profundo malestar y temia no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguia. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedico a estudiar su fisonomia. Era un joven de unos veintidos anos, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacia parecer menos joven. Iba vestido a la ultima moda. Una raya que era una obra de arte dividia en dos sus cabellos, brillantes de cosmetico. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendian varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambio unas palabras en frances con un extranjero que se hallaba cerca de el.

-Sientese, Luisa Ivanovna -dijo despues a la gruesa, colorada y ricamente ataviada senora, que permanecia en pie, como si no se atreviera a sentarse, aunque tenia una silla a su lado.

-Ich danke -respondio Luisa lvanovna en voz baja.

Se sento con un frufru de sedas. Su vestido, azul palido guarnecido de blancos encajes, se hincho en torno de ella como un globo y lleno casi la mitad de la pieza, a la vez que un exquisito perfume se esparcia por la habitacion. Pero ella parecia avergonzada de ocupar tanto espacio y oler tan bien. Sonreia con una expresion de temor y timidez y daba muestras de intranquilidad.

Al fin la dama enlutada se levanto, terminado el asunto que la habia llevado alli.

En este momento entro ruidosamente un oficial, con aire resuelto y moviendo los hombros a cada paso. Echo sobre la mesa su gorra, adornada con una escarapela, y se sento en un sillon. La dama lujosamente ataviada se apresuro a levantarse apenas le vio, y empezo a saludarle con un ardor extraordinario, y aunque el no le presto la menor atencion, ella no oso volver a sentarse en su presencia. Este personaje era el ayudante del comisario de policia. Ostentaba unos grandes bigotes rojizos que sobresalian horizontalmente por los dos lados de su cara. Sus facciones, extremadamente finas, solo expresaban cierto descaro.

Miro a Raskolnikof al soslayo e incluso con una especie de indignacion. Su aspecto era por demas miserable, pero su actitud no tenia nada de modesta.

Raskolnikof cometio la imprudencia de sostener con tanta osadia aquella mirada, que el funcionario se sintio ofendido.

-?Que haces aqui tu? -exclamo este, asombrado sin duda de que semejante desharrapado no bajara los ojos ante su mirada fulgurante.

-He venido porque me han llamado -repuso Raskolnikof-. He recibido una citacion.

-Es ese estudiante al que se reclama el pago de una deuda -se apresuro a decir el secretario, levantando la cabeza de sus papeles-. Aqui esta -y presento un cuaderno a Raskolnikof, senalandole lo que debia leer.

"?Una deuda...? ?Que deuda? -penso Raskolnikof-. El caso es que ya estoy seguro de que no se me llama por... aquello."

Se estremecio de alegria. De subito experimento un alivio inmenso, indecible, un bienestar inefable.

-Pero ?a que hora le han dicho que viniera? -le grito el ayudante, cuyo mal humor habia ido en aumento-. Le han citado a las nueve y media, y son ya mas de las once.

-No me han entregado la citacion hasta hace un cuarto de hora -repuso Raskolnikof en voz no menos alta. Se habia apoderado de el una colera repentina y se entregaba a ella con cierto placer-. ?Bastante he hecho con venir enfermo y con fiebre!

-?No grite, no grite!

-Yo no grito; estoy hablando como debo. Usted es el que grita. Soy estudiante y no tengo por que tolerar que se dirijan a mi en ese tono.

Esta respuesta irrito de tal modo al oficial, que no pudo contestar en seguida: solo sonidos inarticulados salieron de sus contraidos labios. Despues salto de su asiento.

-?Silencio! ?Esta usted en la comisaria! Aqui no se admiten insolencias.

-?Tambien usted esta en la comisaria! -replico Raskolnikof-, y, no contento con proferir esos gritos, esta fumando, lo que es una falta de respeto hacia todos nosotros.

Al pronunciar estas palabras experimentaba un placer indescriptible.

El secretario presenciaba la escena con una sonrisa. El fogoso ayudante parecio dudar un momento.

-?Eso no le incumbe a usted! -respondio al fin con afectados gritos-. Lo que ha de hacer es prestar la declaracion que se le pide. Ensenele el documento, Alejandro Grigorevitch. Se ha presentado una denuncia contra usted. ?Usted no paga sus deudas! ?Buen pajaro esta hecho!

Pero Raskolnikof ya no le escuchaba: se habia apoderado avidamente del papel y trataba, con visible impaciencia, de hallar la clave del enigma. Una y otra vez leyo el documento, sin conseguir entender ni una palabra.

-Pero ?que es esto? -pregunto al secretario.

-Un efecto comercial cuyo pago se le reclama. Ha de entregar usted el importe de la deuda, mas las costas, la multa, etcetera, o declarar por escrito en que fecha podra hacerlo. Al mismo tiempo, habra de comprometerse a no salir de la capital, y tambien a no vender ni empenar nada de lo que posee hasta que haya pagado su deuda. Su acreedor, en cambio, tiene entera libertad para poner en venta los bienes de usted y solicitar la aplicacion de la ley.

-?Pero si yo no debo nada a nadie!

-Ese punto no es de nuestra incumbencia. A nosotros se nos ha remitido un efecto protestado de ciento quince rublos, firmado por usted hace nueve meses en favor de la senora Zarnitzine, viuda de un asesor escolar, efecto que esta senora ha enviado al consejero Tchebarof en pago de una cuenta. En vista de ello, nosotros le hemos citado a usted para tomarle declaracion.

-?Pero si esa senora es mi patrona!

-?Y eso que importa!

El secretario le miraba con una sonrisa de superioridad e indulgencia, como a un novicio que empieza a aprender a costa suya lo que significa ser deudor. Era como si le dijese: "?Eh? ?Que te ha parecido?"

Pero ?que importaban en aquel momento a Raskolnikof las reclamaciones de su patrona? ?Valia la pena que se inquietara por semejante asunto, y ni siquiera que le prestara la menor atencion? Estaba alli leyendo, escuchando, respondiendo, incluso preguntando, pero todo lo hacia maquinalmente. Todo su ser estaba lleno de la felicidad de sentirse a salvo, de haberse librado del temor que hacia unos instantes lo sobrecogia. Por el momento, habia expulsado de su mente el analisis de su situacion, todas las preocupaciones y previsiones temerosas. Fue un momento de alegria absoluta, animal.

Pero de pronto se desencadeno una tormenta en el despacho. El ayudante del comisario, todavia bajo los efectos de la afrenta que acababa de sufrir y deseoso de resarcirse, empezo de improviso a poner de vuelta y media a la dama del lujoso vestido, la cual, desde que le habia visto entrar, no cesaba de mirarle con una sonrisa estupida.

-Y tu, bribona -le grito a pleno pulmon, despues de comprobar que la senora de luto se habia marchado ya-, ?que ha pasado en tu casa esta noche? Dime: ?que ha pasado? Habeis despertado a todos los vecinos con vuestros gritos, vuestras risas y vuestras borracheras. Por lo visto, te has empenado en ir a la carcel. Te lo ha advertido lo menos diez veces. La proxima vez te lo dire de otro modo. ?No haces caso! ?Eres una ramera incorregible!

Raskolnikof se quedo tan estupefacto al ver tratar de aquel modo a la elegante dama, que se le cayo el papel que tenia en la mano. Sin embargo, no tardo en comprender el porque de todo aquello, y la cosa le parecio sobremanera divertida. Desde este momento escucho con interes y haciendo esfuerzos por contener la risa. Su tension nerviosa era extraordinaria.

-Bueno, bueno, Ilia Petrovitch... -empezo a decir el secretario, pero enseguida se dio cuenta de que su intervencion seria inutil: sabia por experiencia que cuando el impetuoso oficial se disparaba, no habia medio humano de detenerle.

En cuanto a la bella dama, la tempestad que se habia desencadenado sobre ella empezo por hacerla temblar, pero -cosa extrana- a medida que las invectivas iban lloviendo sobre su cabeza, su cara iba mostrandose mas amable, y mas encantadora la sonrisa que dirigia al oficial. Multiplicaba las reverencias y esperaba impaciente el momento en que su censor le permitiera hablar.

-En mi casa no hay escandalos ni pendencias, senor capitan -se apresuro a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso facilmente, pero con notorio acento aleman)-. Ni el menor escandalo -ella decia "echkandalo"-. Lo que ocurrio fue que un caballero llego embriagado a mi casa... Se lo voy a contar todo, senor capitan. La culpa no fue mia. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, senor capitan. Yo no queria "echkandalos"... El vino como una cuba y pidio tres botellas -la alemana decia "potellas"-. Despues levanto las piernas y empezo a tocar el piano con los pies, cosa que esta fuera de lugar en una casa seria como la mia. Y acabo por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Asi se lo dije, y el cogio la botella y empezo a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llame al portero, y cuando Karl llego, el se fue hacia Karl y le dio un punetazo en un ojo. Tambien recibio Enriqueta. En cuanto a mi, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, senor capitan, yo empece a protestar a gritos, y el abrio la ventana que da al canal y empezo a grunir como un cerdo. ?Comprende, senor capitan? ?Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezo a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y..., se lo confieso, senor capitan..., se le quedo un faldon en las manos. Entonces empezo a gritar diciendo que man mouss pagarle quince rublos de indemnizacion, y yo, senor capitan, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, senor capitan, de que todo el escandalo lo armo el. Y, ademas, me amenazo con contar en los periodicos toda la historia de mi vida.

-Entonces, ?es escritor?

-Si, senor, y un cliente sin escrupulos que se permite, aun sabiendo que esta en una casa digna...

-Bueno, bueno; sientate. Ya te he dicho mil veces...

-Ilia Petrovitch... -repitio el secretario, con acento significativo.

El ayudante del comisario le dirigio una rapida mirada y vio que sacudia ligeramente la cabeza.

-En fin, mi respetable Luisa Ivanovna -continuo el oficial-, he aqui mi ultima palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca un nuevo escandalo en lu digna casa, te hare enchiquerar, como soleis decir los de tu noble clase. ?Has entendido...? ?De modo que el escritor, el literato, acepto cinco rublos por su faldon en tu digna casa? ?Bien por los escritores! -dirigio a Raskolnikof una mirada despectiva-. Hace dos dias, un senor literato comio en una taberna y pretendio no pagar. Dijo al tabernero que le compensaria hablando de el en su proxima satira. Y tambien hace poco, en un barco de recreo, otro escritor insulto groseramente a la respetable familia, madre a hija, de un consejero de Estado. Y a otro lo echaron a puntapies de una pasteleria. Asi son todos esos escritores, esos estudiantes, esos charlatanes... En fin, Luisa Ivanovna, ya puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te perdere de vista. ?Entiendes?

Luisa Ivanovna empezo a saludar a derecha e izquierda calurosamente, y asi, haciendo reverencias, retrocedio hasta la puerta. Alli tropezo con un gallardo oficial, de cara franca y simpatica, encuadrada por dos soberbias patillas, espesas y rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle, Luisa Ivanovna se apresuro a inclinarse por ultima vez hasta casi tocar el suelo y salio del despacho con paso corto y saltarin.

-Eres el rayo, el trueno, el relampago, la tromba, el huracan -dijo el comisario dirigiendose amistosamente a su ayudante-. Te han puesto nervioso y tu te has dejado llevar de los nervios. Desde la escalera lo he oido.

-No es para menos -replico en tono indiferente Ilia Petrovitch llevandose sus papeles a otra mesa, con su caracteristico balanceo de hombros-. Juzgue usted mismo. Ese senor escritor, mejor dicho, estudiante, es decir, antiguo estudiante, no paga sus deudas, firma pagares y se niega a dejar la habitacion que tiene alquilada. Por todo ello se le denuncia, y he aqui que este senor se molesta porque enciendo un cigarrillo en su presencia. ?El, que solo comete villanias! Ahi lo tiene usted. Mirelo; mire que aspecto tan respetable tiene.

-La pobreza no es un vicio, mi buen amigo -respondio el comisario-. Todos sabemos que eres inflamable como la polvora. Algo en su modo de ser te habra ofendido y no has podido contenerte. Y usted tampoco -anadio dirigiendose amablemente a Raskolnikof-. Pero usted no le conoce. Es un hombre excelente, creame, aunque explosivo como la polvora. Si, una verdadera polvora: se enciende, se inflama, arde y todo pasa: entonces solo queda un corazon de oro. En el regimiento le llamaban el "teniente Polvora".

-?Ah, que regimiento aquel! -exclamo Ilia Petrovitch, conmovido por los halagos de su jefe aunque seguia enojado.

Raskolnikof experimento de subito el deseo de decir a todos algo desagradable.

-Escucheme, capitan -dijo con la mayor desenvoltura, dirigiendose al comisario-. Pongase en mi lugar. Estoy dispuesto a presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hagase cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la miseria -asi lo dijo: "abrumado"-. Tuve que dejar la universidad, porque no podia atender a mis necesidades. Pero he de recibir dinero: me lo enviaran mi madre y mi hermana, que residen en el distrito de ... Entonces pagare. Mi patrona es una buena mujer, pero esta tan indignada al ver que he perdido los alumnos que tenia y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera me da mi racion de comida. En cuanto a su reclamacion, no la comprendo. Me exige que le pague en seguida. ?Acaso puedo hacerlo? Juzguen ustedes mismos.

-Todo eso no nos incumbe -volvio a decir el secretario.

-Permitame, permitame. Estoy completamente de acuerdo con usted, pero permitame que les de ciertas explicaciones.

Raskolnikof seguia dirigiendose al comisario y no al secretario. Tambien procuraba atraerse la atencion de Ilia Petrovitch, que, afectando una actitud desdenosa, pretendia demostrarle que no le escuchaba, sino que estaba absorto en el examen de sus papeles.

-Permitame explicarle que hace tres anos, desde que llegue de mi provincia, soy huesped de esa senora, y que al principio..., no tengo por que ocultarlo..., al principio le prometi casarme con su hija. Fue una promesa simplemente verbal. Yo no estaba enamorado, pero la muchacha no me disgustaba... Yo era entonces demasiado joven... Mi patrona me abrio un amplio credito, y empece a llevar una vida... No tenia la cabeza bien sentada.

-Nadie le ha dicho que refiera esos detalles intimos, senor -le interrumpio secamente Ilia Petrovitch, con una satisfaccion mal disimulada-. Ademas, no tenemos tiempo para escucharlos.

Para Raskolnikof fue muy dificil seguir hablando, pero lo hizo fogosamente.

-Permitame, permitame explicar, solo a grandes rasgos, como ha ocurrido todo esto, aunque este de acuerdo con usted en que mis palabras son inutiles... Hace un ano murio del tifus la muchacha y yo segui hospedandome en casa de la senora Zarnitzine.- Y cuando mi patrona se traslado a la casa donde ahora habita, me dijo amistosamente que tenia entera confianza en mi; pero que desearia que le firmase un pagare de ciento quince rublos, cantidad que, segun mis calculos, le debia... Permitame... Ella me aseguro que, una vez en posesion del documento, seguiria concediendome un credito ilimitado y que jamas, jamas..., repito sus palabras..., pondria el pagare en circulacion. Y ahora que no tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague... Es inexplicable.

-Esos detalles pateticos no nos interesan, senor -dijo Ilia Petrovitch con ruda franqueza-. Usted ha de limitarse a prestar la declaracion y a firmar el compromiso escrito que se le exige. La historia de sus amores y todas esas tragedias y lugares comunes no nos conciernen en absoluto.

-No hay que ser tan duro -murmuro el comisario, yendo a sentarse en su mesa y empezando a firmar papeles. Parecia un poco avergonzado.

-Escriba usted -dijo el secretario a Raskolnikof.

-?Que he de escribir? -pregunto asperamente el denunciado.

-Lo que yo le dicte.

Raskolnikof creyo advertir que el joven secretario se mostraba mas desdenoso con el despues de su confesion; pero, cosa extrana, a el ya no le importaban lo mas minimo los juicios ajenos sobre su persona. Este cambio de actitud se habia producido en Raskolnikof subitamente, en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiese reflexionado, aunque solo hubiera sido un minuto, se habria asombrado, sin duda, de haber podido hablar como lo habia hecho con aquellos funcionarios, a los que incluso obligo a escuchar sus confidencias. ?A que se deberia su nuevo y repentino estado de animo? Si en aquel momento apareciese la habitacion llena no de empleados de la policia, sino de sus amigos mas intimos, no habria sabido que decirles, no habria encontrado una sola palabra sincera y amistosa en el gran vacio que se habia hecho en su alma. Le habia invadido una lugubre impresion de infinito y terrible aislamiento. No era el bochorno de haberse entregado a tan efusivas confidencias ante Ilia Petrovitch, ni la actitud jactanciosa y triunfante del oficial, lo que habia producido semejante revolucion en su animo. ?Que le importaba ya su bajeza! ?Que le importaban las arrogancias, los oficiales, las alemanas, las diligencias, las comisarias...! Aunque le hubiesen condenado a morir en la hoguera, no se habria inmutado. Es mas: apenas habria escuchado la sentencia. Algo nuevo, jamas sentido y que no habria sabido definir, se habia producido en su interior. Comprendia, sentia con todo su ser que ya no podria conversar sinceramente con nadie, hacer confidencia alguna, no solo a los empleados de la comisaria, sino ni siquiera a sus parientes mas proximos: a su madre, a su hermana... Nunca habia experimentado una sensacion tan extrana ni tan cruel, y el hecho de que el se diera cuenta de que no se trataba de un sentimiento razonado, sino de una sensacion, la mas espantosa y torturante que habia tenido en su vida, aumentaba su tormento.

El secretario de la comisaria empezo a dictarle la formula de declaracion utilizada en tales casos. "No siendome posible pagar ahora, prometo saldar mi deuda en... (tal fecha). Igualmente, me comprometo a no salir de la capital, a no vender mis bienes, a no regalarlos..."

-?Que le pasa que apenas puede escribir? La pluma se le cae de las manos -dijo el secretario, observando a Raskolnikof atentamente-. ?Esta usted enfermo?

-Si... Me ha dado un mareo... Continue.

-Ya esta. Puede firmar.

El secretario tomo la hoja de manos de Raskolnikof y se volvio hacia los que esperaban.

Raskolnikof entrego la pluma, pero, en vez de levantarse, apoyo los codos en la mesa y hundio la cabeza entre las manos. Tenia la sensacion de que le estaban barrenando el cerebro. De subito le acometio un pensamiento incomprensible: levantarse, acercarse al comisario y referirle con todo detalle el episodio de la vieja; luego llevarselo a su habitacion y mostrarle las joyas escondidas detras del papel de la pared. Tan fuerte fue este impulso que se levanto dispuesto a llevar a cabo el proposito, pero de pronto se dijo: "?No sera mejor que lo piense un poco, aunque sea un minuto...? No, lo mejor es no pensarlo y quitarse de encima cuanto antes esta carga.

Pero se detuvo en seco y quedo clavado en el sitio. El comisario hablaba acaloradamente con Ilia Petrovitch. Raskolnikof le oyo decir:

-Es absurdo. Habra que ponerlos en libertad a los dos. Todo contradice semejante acusacion. Si hubiesen cometido el crimen, ?con que fin habrian ido a buscar al portero? ?Para delatarse a si mismos? ?Para desorientar? No, es un ardid demasiado peligroso. Ademas, a Pestriakof, el estudiante, le vieron los dos porteros y una tendera ante la puerta en el momento en que llego. Iba acompanado de tres amigos que le dejaron pero en cuya presencia pregunto al portero en que piso vivia la vieja. ?Habria hecho esta pregunta si hubiera ido a la casa con el proposito que se le atribuye? En cuanto a Koch, estuvo media hora en la orfebreria de la planta baja antes de subir a casa de la vieja. Eran exactamente las ocho menos cuarto cuando subio. Reflexionemos...

-Permitame. ?Que explicacion puede darse a la contradiccion en que han incurrido? Afirman que llamaron, que la puerta estaba cerrada. Sin embargo, tres minutos despues, cuando vuelven a subir con el portero, la puerta esta abierta.

-Esa es la cuestion principal. No cabe duda de que el asesino estaba en el piso y habia echado el cerrojo. Seguro que lo habrian atrapado si Koch no hubiese cometido la tonteria de abandonar la guardia para bajar en busca de su amigo. El asesino aprovecho ese momento para deslizarse por la escalera y escapar ante sus mismas narices. Koch esta aterrado; no cesa de santiguarse y decir que si se hubiese quedado junto a la puerta del piso, el asesino se habria arrojado sobre el y le habria abierto la cabeza de un hachazo. Va a hacer cantar un Tedeum...

-?Y nadie ha visto al asesino?

-?Como quiere usted que lo vieran? -dijo el secretario, que desde su puesto estaba atento a la conversacion-. Esa casa es un arca de Noe.

-La cosa no puede estar mas clara -dijo el comisario, en un tono de conviccion.

-Por el contrario, esta oscurisima -replico Ilia Petrovitch.

Raskolnikof cogio su sombrero y se dirigio a la puerta. Pero no llego a ella...

Cuando volvio en si, se vio sentado en una silla. Alguien le sostenia por el lado derecho. A su izquierda, otro hombre le presentaba un vaso amarillento lleno de un liquido del mismo color. El comisario, Nikodim Fomitch, de pie ante el, le miraba fijamente. Raskolnikof se levanto.

-?Que le ha pasado? ?Esta enfermo? -le pregunto el comisario secamente.

-Apenas podia sostener la pluma hace un momento, cuando escribia su declaracion -observo el secretario, volviendo a sentarse y empezando de nuevo a hojear papeles.

-?Hace mucho tiempo que esta usted enfermo? -grito Ilia Petrovitch desde su mesa, donde tambien estaba hojeando papeles. Se habia acercado como todos los demas, a Raskolnikof y le habia examinado durante su desvanecimiento. Cuando vio que volvia en si, se apresuro a regresar a su puesto.

-Desde anteayer -balbuceo Raskolnikof.

-?Salio usted ayer?

-Si.

-?Aun estando enfermo?

-Si.

-?A que hora?

-De siete a ocho.

-Permitame que le pregunte donde estuvo.

-En la calle.

-He aqui una contestacion clara y breve.

Raskolnikof habia dado estas respuestas con voz dura y entrecortada. Estaba palido como un lienzo. Sus grandes ojos, negros y ardientes, no se abatian ante la mirada de Ilia Petrovitch.

-Apenas puede tenerse en pie, y tu todavia... -empezo a decir el comisario.

-No se preocupe -repuso Ilia Petrovitch con acento enigmatico.

Nikodim Fomitch iba a decir algo mas, pero su mirada se encontro casualmente con la del secretario, que estaba fija en el, y esto fue suficiente para que se callara. Se hizo un silencio general, repentino y extrano.

-Ya no le necesitamos -dijo al fin Ilia Petrovitch-. Puede usted marcharse.

Raskolnikof se fue. Apenas hubo salido, la conversacion se reanudo entre los policias con gran vivacidad. La voz del comisario se oia mas que las de sus companeros. Parecia hacer preguntas.

Ya en la calle, Raskolnikof recobro por completo la calma.

"Sin duda, van a hacer un registro, y en seguida -se decia mientras se encaminaba a su alojamiento-. ?Los muy canallas! Sospechan de mi."

Y el terror que le dominaba poco antes volvio a apoderarse de el enteramente.



II

Y si el registro se ha efectuado ya? Tambien podria ser que me encontrase con la policia en casa."

Pero en su habitacion todo estaba en orden y no habia nadie. Nastasia no habia tocado nada.

"Senor, ?como habre podido dejar las joyas ahi?"

Corrio al rincon, introdujo la mano detras del papel, retiro todos los objetos y fue echandolos en sus bolsillos. En total eran ocho piezas: dos cajitas que contenian pendientes o algo parecido (no se detuvo a mirarlo); cuatro pequenos estuches de tafilete; una cadena de reloj envuelta en un trozo de papel de periodico, y otro envoltorio igual que, al parecer, contenia una condecoracion. Raskolnikof repartio todo esto por sus bolsillos, procurando que no abultara demasiado, cogio tambien la bolsita y salio de la habitacion, dejando la puerta abierta de par en par.

Avanzaba con paso rapido y firme. Estaba rendido, pero conservaba la lucidez mental. Temia que la policia estuviera ya tomando medidas contra el; que al cabo de media hora, o tal vez solo de un cuarto, hubiera decidido seguirle. Por lo tanto, habia que apresurarse a hacer desaparecer aquellos objetos reveladores. No debia cejar en este proposito mientras le quedara el menor residuo de fuerzas y de sangre fria... ?Adonde ir...? Este punto estaba ya resuelto. "Arrojare las cosas al canal y el agua se las tragara, de modo que no quedara ni rastro de este asunto." Asi lo habia decidido la noche anterior, en medio de su delirio, e incluso habia intentado varias veces levantarse para llevar a cabo cuanto antes la idea.